Si echamos un vistazo a la carrera del cineasta Bong Joon-ho (uno de los más ilustres y apreciados dentro de la llamada nueva ola de cine coreano que comenzó en 1999), todos sus largometrajes parecen estar claramente diferenciados entre sí, tanto desde un punto de vista argumental como de dirección y tono. Apenas se repite como contador de historias, ni se extiende en lo que se podría considerar su estilo propio hasta cansar a quienes le seguimos, no suele centrarse en fórmulas propias de él hasta convertir toda su obra en un cine previsible y agotador. Sin embargo, entre todas sus películas existe una personalidad reconocible a varios niveles, y también una conexión de temas e inquietudes, guardando casi siempre semejanzas que van más allá del estilo y argumento de las mismas, escondidas en multitud de ocasiones entre gotas de humor algo perversas (por la realidad que representan).
Incoherence es el cortometraje de 30 minutos que Bong Joon-ho rodó para el proyecto de fin de carrera en 1994. Media hora que sirve para contar tres historias sobre personas completamente diferentes y en un principio no relacionadas. En el epílogo que viene después, todos estos personajes convergen en circunstancias bastante inusuales relacionadas con nuestra moralidad, nuestro juicio y, por tanto, con la propia coherencia de los actos. Porque a lo largo de la película se nos muestran actos moralmente cuestionables y, al final, estos mismos personajes se sientan en un programa de televisión y actúan como expertos que discuten los límites morales y la crisis sistemática de los valores en la sociedad en forma de sátira entretenida.
Como suele ocurrir con algunos cortometrajes, a veces resulta difícil valorar debidamente su calidad más allá del propio argumento. La película de graduación de Bong Joon-ho aún no es tan visualmente sofisticada como sus películas posteriores, lógicamente. Y, de hecho, Incoherence, que parece mejorar episodio a episodio en este sentido, tiene algunos detalles cinematográficos más lógicos de un cine sin medios o amateur, en especial por una edición algo inmadura. Pero mírale ahora, cómo se ha sacado su matrícula de honor para ser uno de los mejores directores a nivel mundial, superando incluso todas las críticas derivadas de su paso por Hollywood y Netflix.
En cualquier caso, a pesar del toque áspero y torpe en ocasiones, este cortometraje destaca, como posteriormente lo han hecho otras películas en su carrera (incluyendo Memories of Murder o Mother, mucho más serias, porque todas lo son a su manera), por su humor mordaz y las ideas creativas con las que resuelve ciertas tramas y algunas escenas, haciendo que siempre valga la pena comprobar qué llegará después, en el siguiente acto. Por eso hoy me voy a ver Parásitos al cine, porque, si con tres episodios de apenas 25 minutos rueda un cuarto así, que lo cierra todo y lo convierte en un retrato inusual pero certero por las formas, qué no hará con esta nueva de la que no habéis dejado de hablar desde que se presentó en Cannes.