Demasiado a menudo el término “interesante” para referirse a una película suele ser sinónimo de película fallida, o de ladrillo formalmente impecable pero incapaz de generar más empatía que vaya más allá de la contemplación de su virtuosismo. Sin embargo casos como el que nos ocupa, Body at Brighton Rock de Roxanne Benjamin, pueden ser paradigma de poner en valor positivo el término al que nos referíamos.
Efectivamente estamos ante una película cuyo principal defecto está en el tono. Esencialmente en lo que hace referencia en su planteamiento, donde no sabemos qué tipo de film se nos está planteando, entre otras cosas por sus derroteros hacia la comedia juvenil ochentera que, aunque intenta ser una manera ‹sui generis› de trazar la psicología de su protagonista, le da una factura anacrónica, gastada y hasta cierto punto desilusionante ante lo que presumiblemente vendrá a continuación.
Sin embargo, y de una forma tan fluida como naturalista, los senderos se van desviando hacia una especie de ‹survival› que combina elementos tan dispares como la soledad frente a lo salvaje de una naturaleza que se torna más y más amenazante, la paranoia y el suspense e incluso, bordeando los límites del fantástico, desemboca en una paradoja espacio temporal tan sorprendente como efectiva al dejar abierto lo fronterizo entre la imaginación y la realidad.
Es por ello que Body at Brighton Rock resulta cuando menos curiosa en su afán intergenérico al no usar aparentemente ninguno de sus códigos más arquetípicos durante el metraje y, no obstante, abordarlos todos con una solvencia que, y aquí quizás radica gran parte del problema y del encanto del film, no sabemos si es fruto de la improvisación o de una planificación exquisita de las transiciones de género.
Cierto es que algunos de los puntos “sorpresivos” del film resultan telegrafiados, especialmente para fans de este tipo de películas, pero aun así no deja de ofrecer puntos de vista, enfoques, como mínimo menos resultan diferentes, no tanto por su resolución sino por su desarrollo y planteamiento. En este sentido el dibujo de su (casi) única protagonista es destacable en tanto sabe cuándo afinar el trazo grueso de su presentación hacia las sutilezas del desequilibrio psicológico de una persona aparentemente normal, o al menos con la dosis de locura achacable a su juventud.
Todo ello comprimido en un metraje parco, donde quizás pesa en demasía una presentación un tanto morosa y recargada de detalles que contrasta con la parquedad y el nulo abuso de ciertas herramientas, como la creación de atmósferas aterradoras o ‹jump scares›. Es precisamente en la reducción (que no ausencia) de estos elementos con lo que se consigue crear una sensación de naturalidad, de realismo vivido que confiere finalmente mayor impacto en su resolución.
En definitiva, el film de Benjamin se antoja, como decíamos al principio, interesante (sin comillas) por su capacidad de generar propuestas e ideas continuamente. Quizás su falta de originalidad en su base y su desconcierto inicial consiguen que no sea la gran película que podría haber sido, pero su capacidad de remontar, de encontrar el tono y el foco, hacen de ella una película tan apreciable como disfrutable. Para darle una oportunidad con la mente abierta.