Sórdida, agria y siniestra. Con estas tres palabras se puede perfectamente definir Blue Ruin, la segunda película de Jeremy Saulnier tras su estrambótico debut Murder Party. Partiendo de un escasísimo presupuesto, Saulnier, donde en Estados Unidos algunos círculos ya le consideran uno de esos “enfant terrible” del nuevo cine indie del país, plasma en pantalla su etiqueta de hombre orquesta (dirige, monta y co-escribe) supliendo con creces la escasez de medios en favor de una realización sublime. Un estilo narrativo y visual personal, trabajado y pulido.
La historia se centra en Dwight, un mendigo que cabalga sin rumbo por el inhóspito pasaje rural que ambientan las eternas carreteras secundarias norteamericanas con la compañía de su destartalado coche. Una inesperada noticia (la puesta en libertad de un homicida) cambiará los esquemas del hombre, adoptando un plan que construirá el meollo de esta particular historia de venganza.
Blue Ruin supone una interesantísima vuelta de tuerca a las “revenge movies”, género propio de los campos del drama y la acción que aquí se apoya en un nexo que enlaza el thriller con la comedia negrísima. Provocativa y por momentos trastornada, la película asimila y reinventa algunas de las constantes del género para ofrecer una peculiar visión de una trama eternamente recurrida, pero que Saulnier interioriza ofreciendo un espectáculo repleto de nerviosismo, contundencia y mala baba. Todo ello ensalzado con un potentísimo estilo visual, que imprime en la película ese aspecto enlodado de una historia incluso más oscura de lo que en primera instancia parece, a pesar de que ciertos toques de hilaridad soliciten una comicidad con el espectador muy agradecida.
La forma en la que se exalta la ironía y hasta ciertos aires de burla en el tratado del género de la venganza lleva al film a lo delirante, con el alma perdida interpretada asombrosamente por Macon Blair como eje central de una trama que le lleva a lo más oscuro de su interior. Una búsqueda constante e incesante de calmar lo más primitivo de sus instintos desde una óptica mordaz, radicando ahí la particularidad de una propuesta que turba lo convencional de su premisa en un ejercicio de estilo radical y muy contundente.
El film presume de un alma genuinamente negra, que ya se vislumbra en un primer tramo de película en el que a modo de presentación se intuyen las maneras de un cineasta alejado de lo convencional. Un inicio plagado de unos silencios que dejan disfrutar de un empaque visual genuinamente autoral, comprometido con su posterior discurso. Dwight se deja llevar por sus ansias del ojo por ojo, reconstruye su destartalado Pontiac azul (que nos evoca al título) y pone marcha un viaje sin retorno. Presentación que se refugia en un trabajo sobre una atmósfera a la que Saulnier será leal el resto del metraje.
Blue Ruin ofrece además una concepción multidisciplinar con el género al rememorar una composición del suspense tosca y ruda desde una óptica muy arraigada, que parece beber del thriller inglés así como del extremismo de la violencia en su faceta más gráfica. El director se permite por ello envolver esto con el aspecto más satírico de una comedia que puntualmente en la narración busca ganarse la confianza del público. Su fuerza visual hechiza, la hilaridad de esas vueltas de tuerca que parecen componer disposición a un guión de muy básica estructura convence y su violencia es explícita pero no gratuita. Esta añade aún más sordidez a una película malévola en sus formas, negra en espíritu y muy sarcástica en sus intenciones.