Blood: el último vampiro es la punta de lanza de una historia original impulsada por el estudio Production I.G. y que posteriormente tuvo ramificaciones en una franquicia multimedia. Con nombres tan sonados en su proceso creativo como Mamoru Oshii en el concepto original, Hiroyuki Kitakubo en la dirección o Kenji Kamiyama en el guión, esta película de apenas 48 minutos podría definirse en cierto modo como un proyecto de prestigio artístico y de clara proyección internacional, como demuestra particularmente en la decisión de desarrollar casi todos los diálogos en inglés.
En el ámbito estrictamente visual, nos encontramos sin duda ante una demostración de fuerza como pocas se han dado en el ‹anime›. La animación digital, con una fluidez asombrosa y una cinematografía espectacular que a día de hoy todavía pueden considerarse un estándar de calidad muy difícil de superar, se traslada particularmente bien a la abundante acción de una cinta en la que vemos a su protagonista, la misteriosa e implacable Saya, repartir espadazos a monstruos demoníacos en una ambientación decididamente oscura y violenta.
A nivel narrativo, uno no puede ser demasiado severo con las pretensiones de una historia que se realizó ya con la idea de ser ampliada en posteriores exploraciones de la franquicia. Particularmente, el personaje de Saya está en esta película en un punto muerto, sin un trasfondo explorado y sin unas perspectivas de futuro claras. Se podría decir que la narración que se nos presenta aquí es una introducción. Es por ello que la falta de desarrollo significativo y el planteamiento de muchas dudas sin una respuesta cerrada no deberían ser ningún obstáculo más allá de la mayor o menor inconveniencia de tener que implicarse más en la franquicia para resolver todos los cabos sueltos.
El problema es justo el contrario. Por supuesto que el filme deja cabos sueltos y espera a ser desarrollado con más detalle, pero mentiría si dijera que me ha dejado con ganas de más. Cuando veo esta película siento que ha cerrado el círculo acerca de lo que yo quiero ver del personaje y que nada de lo que se introduzca más tarde me intriga. Y esto no sería una pega si realmente la experiencia buscase esto, pero si sucede así es por la absoluta desidia y desconexión emocional con lo que cuenta, con sus personajes y con el concepto, que no dudo que tenga un potencial interés, aunque aquí tal y como es presentado es testimonial. Es obviamente una historia incompleta, pero verla no me genera intriga y no siento la necesidad de completarla.
Blood: el último vampiro logró con creces sus objetivos. Dio pie a un gran número de exploraciones posteriores en videojuegos, series televisivas, mangas, novelas y hasta una película en acción real; y como producción individual, se alzó con un gran número de premios y con la elevada consideración crítica de la época. Vista fuera de esta vorágine, sin embargo, siento que su posición es inmerecida y más un producto de su férrea declaración de intenciones como proyecto que algo real y tangible. Y es que no le puedo negar ni un ápice al enorme mérito de su animación, pero el guión es una calamidad y la capacidad de este mediometraje de captar el interés potencial de la idea es, desde mi punto de vista, nula. Es tal vez una curiosidad llamativa de una época en la que la industria del anime, o por lo menos cierto sector de prestigio autoral en ella, tenía una vocación plenamente internacional. Aún así, no es en ningún modo uno de los mejores intentos. Sus personajes no son memorables, sus giros argumentales no están bien introducidos, su progresión narrativa se siente completamente plana y sus pretensiones moralistas resultan tan fallidas y risibles como todo lo que esta cinta pretende desarrollar al margen de su espiral de acción violenta y tensión visceral.