Blame! adapta el manga clásico homónimo de Tsutomu Nihei, una obra de ciencia ficción cyberpunk que nos adentra en un mundo en el que la humanidad, tras crear una compleja red cibernética llamada Netsphere, está en riesgo de ser aniquilada por esta al perder la capacidad de controlarla. Sigue las andanzas de Killy, un misterioso personaje que busca un humano con el llamado Gen del Terminal de Red, que le permite acceder a la misma y restaurar así el dominio de la humanidad sobre ésta.
En esta versión de Hiroyuki Seshita el protagonismo de Killy se ve ligeramente relegado, apareciendo como un viajero misterioso de motivación desconocida que, tras salvar a una niña, es llevado a un pueblo de supervivientes, los cuales han logrado establecerse en un perímetro a salvo de la vigilancia de la Netsphere, pero son forzados a realizar incursiones peligrosas para conseguir comida. La llegada de Killy y su gran poder y habilidad de combate dan esperanzas a los habitantes.
El que se puede considerar el mayor problema de esta película a nivel narrativo es que, en el fondo, no deja de notarse quién es el verdadero protagonista. Por mucho que los habitantes de ese pueblo se conviertan en el centro de la acción y sus emociones pasen a un primer plano, al fin y al cabo su parte en la historia es pequeña y está confinada aquí, mientras que Killy, pese a ser observado de manera indirecta, aparece como un nexo entre un pasado y un futuro indeterminados. Probablemente la intención de la obra sea, más que adaptar el manga, generar un interés en él, dejando cabos sueltos que lleven al espectador a buscar la historia original.
Así, sucede que los personajes del pueblo son más bien poco atractivos. Los llegamos a conocer lo justo para entender y empatizar a medias con su conflicto, pero tanto su desarrollo como su rol en general son en último término una situación pasajera dentro de un conflicto a mayor escala; esto se ve principalmente en lo torpe y sobreexpositivo de algunos de sus diálogos, con puntos que llegan al ridículo: en una escena encuentran una fuente de comida totalmente nueva para ellos y lo primero que dicen algunos es que «es muy nutritiva». Pese a ello, la cinta crea algunas secuencias tensas en torno a la lucha por la supervivencia de estos humanos, e incluso ciertos lazos emocionales más o menos funcionales entre ellos; sin embargo, lo que realmente importa está sucediendo en segundo plano. Es esa búsqueda del humano capaz de controlar la red, que no se encuentra entre ellos y que es la razón de ser del viajero misterioso y parco en palabras.
Y es que, si bien Blame! funciona de maravilla sugiriendo las bases de una distopía terrorífica y entendiendo a Killy como esa alma errante que trata de salvar la humanidad en una misión que le llevará siglos, la narrativa contenida en ella es como máximo funcional. No se esfuerza más de lo debido en lo que sabe que en el fondo no es tan importante. Y esto afecta a la inmersión del espectador, que al fin y al cabo no tiene por qué llegar a la obra con el manga leído, y se encuentra con algo más preocupado en señalarle que hay algo más complejo que en contarle una historia emocionante.
Es una lástima que se haya tomado una decisión a mi juicio muy poco ambiciosa con esta obra, porque tanto la construcción de su mundo y lo que me sugiere su narrativa me generan fascinación. En concreto, la ficción distópica de una humanidad a punto de desaparecer tiene un atractivo oscuro y melancólico que realmente se deja ver y sentir en varios momentos de esta película. Su atmósfera opresiva, de grandes estructuras metálicas, dominadas por las máquinas y ruinas y destrucción a su alrededor, está también muy lograda.
A otros niveles la película funciona bien. Su acción es muy entretenida y hace buen uso de un CGI que, si bien no es el más pulido, sí se ve de maravilla en las peleas e incluso aprovecha bien el efecto de valle inquietante en los diseños de los robots asesinos. La atmósfera es otro gran acierto, en su manejo de la tensión, de la sensación de estar al borde de un peligro, y en la soledad y desesperanza que transmite ese mundo deteriorado y vacío de vida. Como experiencia sensorial, incluso, diría que es como mejor funciona.
Blame! al final deja una sensación contradictoria, producto de su pretensión no de narrar algo por sí solo sino de formar parte y deberse siempre a una historia mayor. Por un lado su calidad en puesta en escena logra evocar esas ideas de fondo y generar un interés genuino, por otro lo que nos cuenta aquí es inevitablemente olvidable y no termina de desarrollar una individualidad narrativa.