Uno de los aspectos que más oprimen al espectador en el género de terror es la cercanía. Tras años de pelucas perturbadoras, armas imposibles y efectos sonoros inoportunos, siempre queda en nuestra memoria aquello que nos parece real, que puede llegar a atormentarnos como un miedo propio. Y aunque todos llegamos a ser adultos en algún momento de nuestra vida, por naturaleza o por obligación, todo aquello que le pueda suceder a un niño nos transporta al germen de todo terror alimentado, además, por la vulnerabilidad (si dejamos ya de lado eso de que la infancia es sinónimo de inocencia).
Scott Derrickson ha evolucionado en su interés por el terror a través de los niños. Recordamos Sinister y su forma de entender esa vulnerabilidad de los mismos buscando un medio de comunicación, en este caso visual con una serie de películas familiares antiguas, con un ente sobrenatural al que culpar. Diez años después nos llega Black Phone, una depurada idea de esa debilidad infantil, del medio de comunicación (un teléfono negro que da título al film), afinando el realismo de un ser malvado tangible, sin necesidad de renunciar al más allá.
Además, aunque sea de un modo referencial, Derrickson sabe recurrir a sus propios ‹tics› para alimentar su discurso, por ejemplo en el uso de esas paredes que hablan gracias a las marcas que otros niños han dejado en ellas en ambas películas, o el hecho de polarizar a Ethan Hawke, como el buen padre de familia en Sinister y como asesino en serie en Black Phone. No solo se fija en sí mismo, parece que It toma forma con los recurrentes globos (en esta ocasión negros) para atrapar a niños y ese chubasquero amarillo con el que la hermana busca el lugar de donde proceden esos globos; aunque solo sean detalles, como todas esas películas setenteras de terror que se citan, pequeñas cosas sin importancia que lo dicen todo.
Asumamos primero la percepción social, ¿es Black Phone la mejor película de terror del año? Indiscutiblemente, lo será durante las próximas horas. En unos días se convertirá en la decepción por tanta veleidad escrita sobre ella, pero hilando fino, rompiendo con estereotipos y franjas publicitarias oportunas, Black Phone reposará entre las elegidas, por su gusto personal e independiente para hacernos temblar.
Sin necesidad de efectismos e intercalando el complejo universo de escenario único, sin una historia redonda y explicativa, realmente ajena a la broza del espectáculo, Black Phone se conforma con resaltar una ‹coming of age› dentro de un ambiente hostil, que no simplemente genera “el captor”, también un mundo adolescente donde impera el “sálvese quien pueda”, recurriendo en cierto modo a la nostalgia (y por qué no, a la dureza) de tiempos pasados.
Aunque la supervivencia parece centrar nuestro interés, es tal vez ese deje dramático, más humano que oscuro, lo que nos atrapa. Nos ofrecen un malvado enmascarado del que desconocemos sus intenciones, mientras se construye alrededor de los jóvenes protagonistas un diálogo que solo ellos entienden, en un intento de separar su mundo del de los adultos que son poco más que observadores despistados en esta corrosiva realidad. Una vez instaurado el interés en el modo de sobrevivir de estos preadolescentes, el temor imperante de un extraño raptando niños se vuelve protagonista, tangible, igual que ese teléfono con línea directa al más allá.
A partir de aquí se pueden realizar multitud de lecturas de lo que ocurre en pantalla, por el modo en que obliga a avanzar al joven Finney, por cómo representa el mal modificando las máscaras de su captor, por las ensoñaciones que nos permiten reconstruir víctimas del pasado y esa levedad con la que se trata la pureza enfrentada de la supervivencia y la maldad. Derrickson sabe adonde quiere llegar, sabe cómo empequeñecernos tensando el ambiente con tan solo observar cada una de las puertas que nos separan ya no de la libertad, sino del mundo de los adultos. Esperar, callar, asumir los golpes; el director engrandece ese perfil bajo, cauto e inseguro que mantiene su protagonista y lo sabe equilibrar con la energía que desprende su hermana, para rematar con la necesidad de todos esos personajes encerrados que desean acabar con el círculo vicioso que les ha llevado hasta allí.
Quizá esa magia oscura que revienta con el estereotipo se basa en que no solo hay que escapar de un simple asesino en serie obsesionado con los niños, hay que romper con los abusos que una sociedad completa puede arrojar a un único niño. Sin olvidar, claro, que Black Phone nunca deja de ser una película de terror, sin evitar la emoción y por ello, subrayando el verdadero horror, el que de algún modo nos puede tocar de cerca.