Esteban Crespo es un cineasta con largo recorrido en el mundo del cortometraje, donde llegó a competir en los Oscars del 2014 por su obra Aquel no era yo, en la que ya abordaba el continente africano y la guerra. Sería interesante descubrirla. Antes de eso consta en su curriculum que fue realizador de documentales y asesor de contenido para RTVE.
Sin este pequeño apunte sobre su director, Black Beach tenía todos los mimbres para ser un drama social con toques de thriller que olía a naufragio bienintencionado por todas partes con carencias sobre el género abordado, tan típico de cierto cine patrio que repite las fórmulas y miradas del llamado cine social de los 90, que tanto daño han hecho con contadas excepciones. Y sin embargo Black Beach, con sus limitaciones, funciona como thriller clásico más que como denuncia social. Las escenas de acción se entienden y se sigue lo que ocurre, a pesar de unos efectos especiales en algún determinado momento que tal vez era mejor deslizar fuera de cámara, aceptando que por mucho que 7 millones de euros para una producción donde está metida RTVE es una barbaridad, aún no se juega en Champions.
El libreto escrito entre Crespo y el guionista David Moreno es bastante honesto con el género y no se desvía de sus arquetipos (o clichés que podrían decir algunos, pero creo que hay grandes diferencias); Carlos, interpretado por Raúl Arévalo, tiene que negociar un supuesto secuestro y por el camino comienza a descubrir que hay más cartas ocultas en la partida entre varias manos que se está jugando, unido a una vuelta a sus orígenes en Guinea Ecuatorial, que no se nombra pero que queda claro, y se va reencontrando a una retahíla de personas de su pasado que de forma casi mágica aparecen en su camino.
Esa mirada furiosa sobre Guinea Ecuatorial y su “presidente” Teodor Obiang y, ante todo, la mirada burlesca sobre su hijo, Teodorín, es lo que diferencia el típico buen plato de thriller político de otros. El nombre del país nunca es mencionado, pero es evidente, hasta resultar la cinta una especie de cuenta pendiente contra el dictador africano y su régimen. Obviamente, ya que sus responsables no se salen ni un milímetro del género, los negros malos son muy malos pero los supuestos buenos blancos acaban siendo peores, en la explicación sencilla pero eficaz que se vierte sobre África desde una Europa con algunos pequeños sentimientos de culpa.
Aquí hay que mencionar que sí, que Raúl Arévalo está muy bien, en ese personaje contenido tan del thriller contemporáneo. Pero también cabe destacar al resto de actores y actrices, ya que, tal vez desviándonos un poco de lo que importa a la hora de analizar la obra, por una vez a los actores negros de nuestro país se les da un papel que no representa un cliché. Es reseñable, pero no hace mejor a la película. Menciono especialmente a un Emilio Buale desatado interpretando al hijo del dictador, cuyos ‹hobbies› y manera de desenvolverse están tan copiados del propio delfín del gobierno amigo como dejados a la exageración por parte del actor que sientan de maravilla al personaje.
Es cierto que el personaje principal no deja de ser un españolito blanco y los personajes secundarios que van palmando son todos negros, y hay quien irónicamente indica que vaya vuelta de tuerca, que los negros acaban siendo monigotes con pocas frases antes de palmar y poco más, pero es una de esas ataduras que tiene esa mirada de sentimiento culpable europea sobre África, viene ya con la intención y no me desentona si el objetivo queda claro.
Porque seamos honestos, el objetivo de la cinta es cagarse en los muertos de los puñeteros Obiang, y eso, lo consigue. Y esa mirada cruel sobre el blanco salvador (aunque es un blanco salvador quien realiza la mirada sobre los blancos salvadores y posmodernismo de un modo tan evidente que me aburro).
¿Pero funciona la cinta? Pues sí. Sobre todo por su sencillez. No, tal vez no sea sencillez la palabra para describir la trama. Se sigue y se entiende y como decía, está perfectamente en sintonía con cualquier thriller político clásico. Antihéroe va a investigar A, descubre B, antihéroe deja de ser cínico y regresa a la luz, y buenos que son malos y se veía venir desde el minuto uno. Pero es honesto. Y Crespo no abusa de la acción descontrolada hasta el final, donde por segundos se ven las costuras del proyecto, pero nada grave. Sabe el género que pisa. Intenta darle una vuelta de tuerca. ¿Lo consigue? Pues para un servidor no, pero no empeora el resultado.
Por otro lado agradezco que en una época donde hay tantos cineastas y productores copiando la manera de rodar la acción más efectista sin alma y haciendo cintas españolas intentando reproducir el estilo de los pandilleros de L.A, por decir algo, que Crespo tenga un mínimo de mirada personal.
En fin, Black Beach es lo que es. Me resulta simple, y casi se lo agradezco. Está más cerca de un obra encasillada en el ‹Hard Boiled› con cuchillo en la boca sobre nuestro querido amigo Obiong que de pobre dramita español sobre los pobres.