Antes del regreso a lo local y, por desgracia, a lo nacional, y antes de la pandemia, se solía decir que la globalización había uniformizado la cultura y el ocio de la mayoría del planeta. La estandarización, obviamente, la impone el más fuerte, y era el mundo occidental el que imponía su cultura alrededor del mundo. Se decía, en una hipérbole no exenta de razón, que un joven de Filipinas se parecía más a otro de Francia que a sus propios padres.
Hay que ver si la incapacidad para viajar, los momentos difíciles que está pasando la cultura en general y el cine en particular provocan que esa globalización se frene. Birdsong, primer largometraje del director, productor y músico Hendrik Willemyns, fue rodada en 2019, antes de esa frontera mental y cultural que marca el maldito virus, y es un objeto curioso: una película de realizador y productora belga, rodada en Japón con actores japoneses, pero con preocupaciones globales.
Willemyns no sorprende a la hora de hacer una película cuyo ‹leitmotiv› tiene que ver, valga la redundancia, con la música. Asuka (Natsuko Haru) es una madre joven que trabaja de limpiadora en un gran edificio de oficinas de Tokyo, pero que en realidad sueña con dedicarse a la música, lo que le lleva a entrar en un mundo más siniestro del que creía. La historia está contada a través de un gran flashback en el que la protagonista narra “su canción”: cómo entró en contacto con Mari, manager musical, y Ryu, un exigente y caro profesor de música.
Birdsong se presenta como una película que entra y sale de la narración convencional, cercana a los códigos del anime, al incluir pequeños interludios o desv(ar)íos en los que la trama pierde su definición y se convierte en una canción, capaz de comunicar mucho más con elementos sensoriales que racionales. Hay un esfuerzo constante por parte de Willemyns por crear una atmósfera sugerente, mediante un uso más que interesante de la luz, la música y el diseño de sonido, algo que nos pone más en el terreno experiencial de The Neon Demon (Nicolas Winding Refn, 2016) que en el sociopolítico de Network (Sydney Lumet, 1976) por citar dos ejemplos con ingredientes similares. El film acierta al trasladar una cierta sensación de claustrofobia física y mental de la protagonista, especialmente a través del uso de interiores oscuros, apartamentos, restaurantes u oficinas de puerta cerrada más cercanas a la cautividad que a lo íntimo o lo privado.
Es obvio que Willemyns no es Winding Refn, y aunque musicalmente la película valga la pena, Birdsong deja la sensación de que bajo un envoltorio bonito no hay absolutamente nada. Hay poco más que destacar de la propuesta, puesto que ni siquiera los actores están brillantes, quizás por tener que interpretar unos personajes planos en una trama maniquea con bastantes tópicos sobre los supuestos sacrificios que hay que hacer para tener éxito en el mundo de la música. Es obvio que en el film resuenan ecos del movimiento #MeToo y de casos como el de Weinstein, pero son notas tan lejanas que apenas se oyen.
Es posible que Birdsong pueda interesar a alguien con un buen oído musical, que sea capaz de lograr una suerte de sinestesia entre la oscura atmósfera claustrofóbica y una historia mil veces vista, pero es difícil que el espectador medio logre entrar en una película demasiado encerrada sobre sí misma.