A principios de los años setenta, al mismo tiempo que Suecia se había convertido en uno de los países más ricos del mundo, Dinamarca tenía una economía fuerte que había crecido intensamente durante más de una década. Pero las supuestas sólidas bases del floreciente capitalismo de mercado —combinado con las políticas del estado del bienestar propio del modelo nórdico, del que Dinamarca fue pionero— no daban respuesta tampoco a todas las necesidades de sus ciudadanos. Algo que también permitió que emergiera una insatisfacción que dio pie a las protestas que culminaron en el mayo del 68 en Francia y después se extenderían por todo el mundo, dejando su huella en la cultura y especialmente en el cine. Reflejo de este período puede considerarse el díptico sueco Soy curiosa (Amarillo, Azul) (1967-1968, Vilgot Sjöman). Después, el empleo, la industria y la sociedad de consumo desarrollándose a toda velocidad se dieron de frente con las terribles consecuencias de la crisis del petróleo de 1973. ¿Qué ocurrió entonces, después del fracaso de la revolución y las protestas, del malestar social y el fallido intento de cambio? En medio de los efectos de la crisis danesa de la década de los setenta encontramos al protagonista de In My Life (Honning måne, Bille August, 1978).
Jens (Claus Strandberg) es un joven que vive en casa de su madre y justo acaba de encontrar trabajo en una cadena de montaje de una fábrica de electrodomésticos, después de tiempo de búsqueda. A la vez conoce a la bibliotecaria Kirsten (Kirsten Olesen) y juntos comienzan una relación. Bille August describe a ritmo vertiginoso todo el proceso, según ambos cumplen todos los pasos esperados para los jóvenes de su época. Salen juntos, se casan, viven juntos… pero algo sucede con Kirsten, que no logra encontrarse a gusto en su rol de esposa y no acepta de buen grado a todos los requerimientos de su madre, aunque los cumpla. Tampoco Jens encaja en el papel de marido y supuesto modelo de hombre cabeza de familia, incluso después de haber respondido a las expectativas sociales y las imposiciones de la tradición. Igual que se mostraba en Lemming (Dominik Moll, 2005), el materialismo y las convenciones de una clase media aspiracional no llegan a cubrir en verdad las necesidades emocionales y de realización personal de los protagonistas, que se van distanciando. Kirsten es la que más sufre del matrimonio, sobre todo después de que este le indique que lo mejor que puede hacer es dejar su trabajo y dedicarse a ser ama de casa.
El filme noruego Hustruer (Anja Breien, 1975) ya exploraba poco tiempo antes la asimetría de las relaciones entre hombres y mujeres dentro del matrimonio a través de sus personajes, de una forma más cómica y ligera, con una panorámica que deconstruía el estado del amor y el sexo, el trabajo y las dinámicas culturales que provocan una continua tensión entre los cambios sociales y los roles de género. Con un estilo naturalista, cámara en mano que sigue el punto de vista de Jens principalmente, en In My Life también se mantiene la cámara a cierta distancia en las escenas de la fábrica, en tomas exteriores o en una secuencia en la que Jens busca los servicios de una prostituta. El director logra así introducir ciertos códigos de la imagen documental, que se intercalan con las escenas más dramáticas que abordan la crisis de pareja desde una perspectiva cercana a la de un psicodrama.
La presión ambiental a través de los padres, los amigos, los logros profesionales y las ambiciones estandarizadas actúan en multitud de ocasiones en oposición a la naturaleza y auténticos anhelos de los jóvenes, que mimetizan comportamientos, formas de vestir y actuar o hasta peinados, y llegan a provocar trágicas consecuencias por la degradación de la salud mental de Kirsten. Para Jens la importancia de mantener un trabajo repetitivo —del que no es más que otro eslabón estandarizado de la cadena— también constituye una prisión. Su trabajo únicamente se justifica por la necesidad de mantener una forma de vida que no le satisface, que es la que a su vez le permite que encaje a la perfección en un empleo que, según le dicen, tiene los días contados por los altos sueldos del país. Muy relevante a nivel simbólico supone la aparición de un barco en una botella, un objeto que no tiene más sentido que su propia existencia, que no cumple ninguna función económica o social y existe expresamente para su disfrute estético. La iluminación de este frágil objeto en las manos de Jens abre también las posibilidades de otras formas de vida más libres, fuera del encorsetamiento del que es víctima y a través del que, por extensión, ha hecho su víctima a su amada Kirsten para cumplir las directivas que le fueron impuestas, para reproducir un sistema al que su felicidad le es indiferente.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.