Diversos escritos y conferencias, rubricadas por esos eruditos cinematográficos, afirman con rotundidad que hemos asistido a la muerte del cine italiano. Definido éste como aquel séptimo arte surgido de las cenizas de la posguerra de finales de los años cuarenta del siglo pasado y capitaneado por los generales de la corriente neorrealista que derivó años después en ese cine social de arte y ensayo que aunaba con mucha inteligencia y talento la sátira social con una nihilista descripción del apocalipsis que se avecinaba en una Italia (yo extendería este concepto a Europa) aniquilada por la corrupción política, los vicios ligados al progreso y el furor capitalista. Pero sobre todo destruida por la aceptación de la infamia por parte de una población aburguesada, y para nada contestataria, únicamente motivada por sus bajos instintos y su propio bienestar desechando pues cualquier conato de solidaridad y ayuda responsable con el prójimo.
Cierto es que desde finales de los setenta el cine italiano se contagió de una decadente desfachatez así como de una preocupante falta de carácter combativo inherente en su esencia. Hecho que motivó que hayan llegado desde entonces a nuestras salas con cuentagotas solo algunas piezas que continúan batallando contra ese entorno hostil con el único fin de mantener vivo el espíritu que moldeó una escuela imprescindible para el devenir de la concepción cinematográfica. Sin embargo, aún brotan de entre la generalidad pequeñas pinceladas de arte que permiten aspirar lo que significó ese cine italiano realizado a contracorriente. Y sin duda, guste más o menos, Nanni Moretti se alza como una de esas voces a cuidar y venerar en virtud de su encarnizada pelea por mantener viva la esencia de esos maestros como Dino Risi, Elio Petri, Mario Monicelli o Luigi Comencini en un cine contemporáneo más interesado por el universo tecnológico y de los vídeojuegos en detrimento del ser humano en su más amplio sentido.
He de admitir que Nanni Moretti no se halla entre mis cineastas predilectos. Encuentro en su cine una excesiva querencia hacia la caricatura y la mofa en un intento de impartir una serie de lecciones morales y políticas demasiado dirigidas. Su cine por tanto no es para nada subliminal, no dejando opción a que sea el espectador quien interprete y asuma su propia mirada acerca de los temas expuestos. Sin embargo, en las primeras obras de Moretti se observa una visión irónica y absurda muy atractiva e irregular que le sienta como anillo al dedo a unas películas realizadas con mucho arte por un clown que asume las labores de director de cine.
Así, con Bianca el realizador de El caimán alcanzó su cenit artístico, realizando una de las más precisas e inteligentes sátiras del cine italiano de los ochenta. De este modo, Bianca se destapa como una joya del cine transalpino. Una obra que aglutina en su ser la sátira más transgresora partiendo de ingredientes propios de la comedia absurda apoyados en parte por ciertos tics del giallo más inspirador y extravagante.
La película sigue los pasos de un perdedor de manual llamado Michele Apiella (alter ego de Moretti en sus primeras películas en las que forjó a un personaje ensimismado, inmaduro, alocado y antipático con distintas profesiones, pero con mismo nombre). Un solitario y algo inmaduro profesor de matemáticas que arriba a una escuela de alto rendimiento llamada irónicamente Marilyn Monroe. Una institución que se jacta en sus mandamientos de apostar por informar en lugar de formar a su alumnado, dirigida por una especie de friki intelectual obsesionado por las actividades recreativas no de sus pupilos, sino de su personal docente. Un colegio que tiene en sus paredes las imágenes de Dean Martin y Jerry Lewis así como la del héroe nacional Dino Zoff en lugar de las de Descartes, Pitágoras o Kant y que adorna la sala de reuniones de profesores y jefes de estudios con scalextric, máquinas recreativas y toda una amalgama de juegos más orientados al público infantil que a la sesuda comunidad pedagógica.
Este surrealista panorama será el contexto al que deberá adaptarse un Michele que asimismo se revelará como un personaje aniñado, caprichoso y totalmente ajeno a la responsabilidad y al compromiso. Una especie de Peter Pan con barba y pelo en pecho que ha decidido aislarse de todo contacto humano para sobrevivir en una asumida soledad debido a su eterno miedo a ser dañado por las decepciones y engaños que implica vivir en pareja. Sin embargo, Michele evidenciará una obsesiva atracción voyerista contemplando, como una serpiente que espera a su presa, las vivencias y discusiones de sus vecinos y amigos, siempre en un apartado segundo plano para evitar los problemas que el contacto humano acarrea.
Pero una serie de acontecimientos romperán la tranquilidad que acompaña la vacía vida del docente. Por un lado, el asesinato de la mujer de su vecino de enfrente, una bella dama que había llamado la atención de Michele nada más aterrizar a su nueva residencia merced a las discusiones de pareja que el profesor había observado. Por otro, la repentina separación anunciada por el matrimonio compuesto por los mejores amigos desde la infancia de Michele, hecho que aflorará la compulsiva obsesión del maestro por tratar de mantener una relación que se advierte demolida. Y finalmente la llegada a la Marilyn Monroe de una nueva profesora de francés llamada Bianca (Laura Morante) quien desatará los más insistentes instintos de Michele por tratar de conquistar a una dama que por fin permita hacer evaporar la eterna soledad que le acompaña.
Del mismo modo las absurdas y vacías jornadas de Michele serán perturbadas por las sospechas del comisario de policía encargado de investigar el asesinato de la vecina de nuestro héroe, quien fijará su atención en el anacoreta y desquiciado personaje interpretado por Moretti en su búsqueda del psicópata asesino que ha regateado la inicial investigación policial.
Con estos mimbres Moretti construyó una fábula tan dinámica y entretenida como inteligente que no deja títere con cabeza en su pretensión de radiografiar una sociedad italiana anestesiada por el corto plazo y la iniquidad, donde los maestros se han convertido en niños grandes sin cerebro ni capacidad analítica y crítica y en la que las escuelas se han transformado en centros de creación de una serie de monstruos en cadena a los que se ha despojado de todo símbolo de reflexión y diferencia con objeto de lanzar a la colectividad unos entes diseñados bajo un mismo patrón: el de aceptar las injusticias y la adoración del dinero y el éxito a cualquier precio, o lo que es lo mismo, el de ser guiados por el egoísmo y la ambición por encima de la solidaridad y la lucha por los derechos de los desfavorecidos.
Moretti sublima su visión irónica de la sociedad, pintando un relato aterrador de una Italia habitada por toda una serie de psicópatas sin sentimientos ni emociones que han optado por abandonar la vida para sobrevivir en un segundo plano, observando sin tomar partido las indecencias propias de una nación imperfecta. Sin duda el personaje de Michele es descrito como una alegoría de esa generación de italianos atrapados en su propio hastío que han decidido encerrarse en sí mismos para sobrevivir en ese ambiente opresor y frívolo que todo lo empapa. Un ensimismamiento que exaltará las obsesiones y vicios presentes en un carácter bipolar forjado por la observación de las pequeñas cosas de la vida, ya sean estas el diseño de unos simples zapatos o una sencilla petición de divorcio convertida en un problema de proporciones gigantescas en virtud de ese auto encierro que no permite ver más allá de la puerta de nuestro hogar.
La película expone con mucha lucidez la dicotomía entre normalidad y anormalidad. Si bien Michele exhibe una actitud que podría calificarse como normal, —la de un hombre culto, amable, algo gris y averso al escándalo—, éste encierra en su interior a un desequilibrado antisocial convirtiéndose por tanto en un peligro para la estabilidad de las personas que circulan a su alrededor. Un infeliz que trata de alcanzar ese estándar de felicidad aceptado que es el matrimonio, embaucando a la bella Bianca más como un medio para demostrar que es uno de esos individuos de éxito que pasean su virtud de la mano de su pareja que como un fin en sí mismo. Si bien la falsedad de Michele no podrá sino acabar en saco roto, arrastrando su indigna pretensión hacia una final decadente y consecuente con la mentira que acompaña a su personaje.
Bianca resulta la obra más poderosa y madura de un Moretti que combinó con gran maestría los dejes de la comedia clásica italiana con una particular visión bufonesca y crítica que deriva hacia ciertos campos más propios del melodrama o del cine policíaco. Gracias a un complejo engranaje, que no cae en terrenos enfangados, y a una ágil y sólida narración que se apoya en cierta presencia de la caricatura como principal opción para tejer la trama planteada, la película se asoma como una rara avis de excelsos resultados a la que el tiempo no ha hecho sino acrecentar su prestigio. Asimismo la obra se beneficia de la influencia del cine de Alfred Hitchcock y de Mario Monicelli para hilvanar una historia tan entretenida como profunda que deja un poso inquietante y visionario, demostrando que aquellas sociedades que apuestan por la aniquilación de la diferencia, y por tanto por el pensamiento único, acabarán siendo castigadas con la creación de unos degenerados que terminarán gobernando un sistema carente de sentimientos e introspección. Sin duda un perfecto escenario para el triunfo de la maldad y la indecencia tomadas como un símbolo de la normalidad más anormal que puede existir en este podrido mundo.
Todo modo de amor al cine.