El núcleo familiar toma una importancia inusitada en apenas unos minutos durante los primeros compases de Beyond Beyond. Esben Toft Jacobsen captura en él las virtudes y características que se supone lo deben conformar como representación de una etapa que, precisamente, requiere de una situación estable en ese sentido para ir alcanzando nuevas fases en las que hallar ya no la madurez, sino una comprensión propia sobre qué es la vida como tal. En ese sentido, la desaparición de un miembro familiar —representada como tal pero, en el fondo, asumida como una pérdida, como algo que difícilmente se podrá recobrar— se antoja esencial en el contexto dibujado por el cineasta danés para dar forma a ese proceso mediante el que empezar a comprender las situaciones que puedan ofrecer un cambio o perspectiva distinta al ciclo vital. Esa ausencia, que es afrontada desde dos vías diametralmente opuestas por padre e hijo, dando pie así a un conflicto donde se reflejan los temores del progenitor por perder a su vástago, conecta directamente con la composición de un universo en el que Johan se verá inmerso por propia voluntad, en una búsqueda que derivará en el terreno de la aventura en un sentido más clásico, por mucho que el sustento de Beyond Beyond sea el fantástico relacionado directamente con ese microcosmos fabulesco que desentraña su director. Es así como el segundo largometraje del autor de The Great Bear encuentra en todas y cada una de las constantes del mundo presentado —desde esas reglas que parecen dotar de un equilibrio al contexto fijado, al modo en como se alimenta y regenera, precisando de un proceso que, en caso de no sostenerse, puede hacer que se desvanezca— el soporte perfecto para ir dando forma al relato de aceptación propuesto.
Todo ello lo logra Beyond Beyond especialmente gracias a las composiciones fijadas a través de los parajes por los que nos lleva Jacobsen: de los tonos más apagados en que se nos presenta ese reino al que viaja Jonah, a la gama de color que sostiene el reencuentro o la reformulación realizada por Bill mediante sus propias constantes. Es de ese modo como se genera un claro contraste que precisamente refuerza en los distintos matices la acepción que cada uno de los universos posee, logrando con mucho más acierto que su en ocasiones subrayante banda sonora —aunque, pese a ello, no llegue a ser molesta, e incluso dote de una tonalidad más armónica en determinados momentos al film— la descripción de todas esas sensaciones que atañen a Johan en su avance y particular comprensión de un mundo cambiante para él, que al fin y al cabo debe aceptar como tal en una consecuente evolución.
La fábula dibujada por Jacobsen y la moraleja que delinea un film que se muestra atípico en la consecución de un discurso propio, especialmente por desarrollar su visión a partir de las propiedades (o la ruptura de estas) de ese microcosmos, sirven como singular forma de equilibrar un trabajo en el que se percibe un especial afecto por los personajes que la componen; y es en ese marco donde Beyond Beyond logra conformarse como una de esas piezas que, si bien no supone una gran aportación, encuentra tanto en su atención por el detalle como en la modestia que desprende, el contrapunto necesario como para perderse en uno de esos ejercicios animados sin trampa ni cartón que nos deja de vez en cuando la temporada, donde la necesidad de sumergirse en un mundo diseñado con apego y suscitar una interacción es razón más que suficiente para encontrarse con el mismo.
Larga vida a la nueva carne.