Antes de arrancar la proyección de Bestias del sur salvaje, un enorme cartel nos avisa de lo que estamos a punto de ver: «Película nominada a cuatro Oscars: Mejor película, mejor director, mejor actriz y mejor guión adaptado». Tras leer semejante consigna, con las luces recién apagadas y la retahíla de premios y nominaciones que la cinta ha ido acarreando en los últimos meses, la excitación no puede ser mayor a la hora de enfrentarnos al primer contacto de Benh Zeitlin con el largometraje. Craso error.
La emoción que supone estar a punto de visionar la «gran sorpresa de los Oscars de este año» y las expectativas asociadas a esto, desaparecen de un plumazo una vez superada la secuencia introductoria y vistas sobre la mesa todas y una de las cartas con las que Zeitlin va a jugar su baza durante la película; una mano compuesta por la manida combinación de una voz en off didáctico-lacrimógena, una niña repelente, un agridulce tono naíf y un pretencioso tratamiento visual; todo esto envuelto por una capa de ínfulas dirigidas a reforzar el ya recargado —e impostado por momentos— cariz «indie» del filme. Pero, vayamos por partes.
No se puede negar que el punto de partida de Bestias del sur salvaje es, cuanto menos, interesante. La propuesta de retratar una comunidad bayou —esto es, asentada en uno de los meandros del Misisipi— post huracán Katrina bajo el punto de vista de una niña de cinco años podría haber dado mucho de si. De hecho, en los primeros compases uno no puede evitar evocar el cine de Terrence Malick al presenciar la descripción del entorno en el que se desenvuelven los personajes del filme. Pero la ilusión de estar ante un producto sólido y serio se rompe al entrar en juego Hushpuppy y su absurdas y redundantes reflexiones en off —parece que los guionistas confunden la inocencia con la estupidez—, que introducen con calzador un componente fantástico-fabulesco innecesario y que hacen que la película se pierda por derroteros que no interesan en absoluto —monstruos prehistóricos inclusive—.
Formalmente, la cinta hace gala de un barroquismo salvaje, explotando hasta el extremo recursos como el grano —desmedido en más de un momento—, una cámara en mano que en vez de moverse orgánicamente parece agitada de un lado a otro a propósito y sin ningún tipo de justificación, o unos desenfoques que no aportan absolutamente nada narrativamente; pura fachada para intentar vestir un producto más vacío de lo que intenta vender. A esto, hay que sumar unos personajes que, al igual que el tratamiento formal, ponen palos en la rueda al conjunto; unos personajes principales histriónicos, con unos comportamientos sin justificación aparente, que pretenden calar en el espectador con los dos o tres momentos enternecedores de rigor, pero que no convencerán a los más exigentes.
Recordemos el cartel con el que dio comienzo la proyección y tratemos de dar respuesta a la pregunta de rigor: ¿Merece Bestias del sur salvaje llevarse alguno de los Oscars a los que está nominada? Rotundamente no.
Behn Zeitlin no consigue ofrecer nada más que un producto vacío con un envoltorio repleto de una falsa trascendencia y un supuesto poderío visual que no es más que una fotocopia mal realizada de sus referentes. Una verdadera decepción cuyas cuatro nominaciones sólo pueden comprenderse bajo el punto de vista de una academia norteamericana que pretende captar la atención desesperadamente sobre una octogésimo quinta entrega de los premios Oscar repleta de grandes nombres, y pocas sorpresas en el tintero.