Si atendiéramos únicamente al título del segundo trabajo de Bonello o a su supuesta adscripción, según el crítico James Quandt, al grupo de películas galas bajo el epíteto de “nuevo extremismo francés”, pensaríamos que Le pornographe (2001) es en su forma o contenido mucho más radical de lo que finalmente vemos en pantalla. Ser medio prima de productos como la más que cuestionable —tanto intelectual como artísticamente— Baise-moi (2000), de una pensadora interesante pero una cineasta mediocre como es Virginie Despentes, favorece que se produzcan malentendidos.
Y es que el film de Bonello, extremadamente lejos de la mayoría de títulos englobados bajo el paraguas del nuevo extremismo francés, y en contra de lo que sugiere su título, para nada se postula como un film en el que el contenido sexual vampirice el resto de la obra. Más bien al contrario, su carácter toma una deriva preeminentemente asexual —que entendemos en la manera en cómo Bonello filma las escenas de sexo: con toda neutralidad, despojadas de cualquier tipo de pasión y con unos movimientos de los actores porno que tienden a lo mecánico—. Esta frialdad mecánica en los cuerpos de los actores y los pasajes dialogados que filma el veterano cineasta Jean-Pierre Léaud (que unos años atrás ya había jugado este mismo rol en una maravillosa película de Olivier Assayas) producen un efecto entre lo grotesco y lo paródico, que son adjetivos que definen con mayor precisión el tono de la película de Bonello.
El interés de Bonello, una vez nos despojamos de la mirada y el prejuicio pornográfico, es el de observar y retratar la figura de este pornógrafo desencantado e incomprendido, que con su profesión provocó el abandono de su hijo. La acción del film se sitúa precisamente en el momento en el que el pornógrafo protagonista (Jacques Laurent) vuelve al trabajo después de décadas alejado de detrás de las cámaras y en el que su hijo, ya superada la postadolescencia, decide volver a tomar contacto con la figura paterna. Es a través de su hijo que se proyecta también la incisiva militancia política del film.
Con el espíritu del mayo francés del 68 como telón de fondo, Bonello retrata cómo la incomprensión y frustración vital que sufre Jacques la vive también su hijo, rodeado de jóvenes idealistas y altamente politizados, que usan el silencio como modo de rebelarse ante la rigidez de las estructuras sociales y políticas de su país (en un gesto de ‹boûtade› típicamente francés). Hijo pues, también del desencanto, decide retomar la vida con su padre, que puso en pausa varios años atrás. Ese contacto paterno-filial permite a ambos reconectar su vida y reflexionarla desde una nueva perspectiva, que les permitirá avanzar (aunque penosamente) en este trayecto que comúnmente llamamos vida.
Y aunque a priori, sobre el papel, el film de Bonello presenta numerosos detalles de interés (como el nunca cuestionar moralmente a sus personajes, motivo que sigue persiguiendo en sus proyectos posteriores), no es menos cierto que está aún lejos de sus mejores obras o de sus escenas más inspiradas (que pueden encontrarse, para el que esto suscribe, en filmes como l’Apollonide, Nocturama o Zombi Child).
La mirada oscura y casi siempre cínica de Bonello (bien encarnada por el correcto personaje trabajado por Léaud) y ese final en el que el protagonista cede finalmente a dejarse entrevistar para desnudar sus verdades sobre la profesión son los pasajes más significativos de Le pornographe, una obra que, si bien insistimos que nos parece menor dentro de la filmografía de uno de los cineastas más estimulantes de la actualidad, no deja de generar reflexiones de interés y trazar las características inquietudes que el francés ha ido desarrollando a posteriori.