Para todos aquellos que hemos tenido la suerte de ver A dos metros bajo tierra (Six Feet Under), resulta algo difícil disociar el trabajo en una funeraria del concepto de serie televisiva. Fue excelente la manera en la que durante cinco temporadas, coronadas por un extraordinario desenlace, se nos narró la vida de una familia que ostentaba un negocio de entierros y funerales, algo que en principio no era precisamente atractivo de cara al espectador, pero con las ideas adecuadas cualquier temática se puede convertir en más que interesante. Ahora llega a nuestro país Bernie, una obra que precisamente sitúa a su protagonista en el entorno de trabajo de una funeraria de Carthage, un pueblo de Texas, aunque a lo largo de la película comprobaremos que la acción se aleja progresivamente de este enfoque para adentrarse en otros menesteres.
Nada menos que Richard Linklater es quien se sitúa tras las cámaras para llevar a la pantalla un guión escrito por él mismo y Skip Hollandsworth (principal artífice de que esta película se desarrollara). En su trabajo previo a la soberbia Antes del anochecer (Before Midnight) y la muy aplaudida Boyhood, el cineasta texano quiso trasladar al séptimo arte una historia real que acaeció en Carthage a mediados de los 90, unos hechos que no describiremos aquí por superar la barrera del spoiler, pero que cuya sinopsis se puede resumir en la relación que se establece entre el enterrador Bernie Tiede y la tan acaudalada como antipática viuda Marjorie Nugent.
El personaje de Bernie responde desde el principio a un arquetipo de superhéroe por y para el pueblo. Sin máscara ni capa, de apariencia física ciertamente descuidada y con un estilo bastante amanerado, Bernie es un tipo que sin embargo no duda nunca en ayudar a sus conciudadanos con cualquier tipo de problema: cuida de las viudas una vez alcanzan tal estado civil, repara cualquier problema en los hogares, organiza eventos benéficos, ayuda a iglesias… El siempre excéntrico Jack Black (que ya trabajó con Linklater en Escuela de rock) interpreta a un personaje que desde el principio nos es descrito a través de los testimonios de la gente que le conoce, en un formato casi de (falso) documental que se convierte en todo un acierto para plantear el argumento, toda vez que se alcanza un ritmo ágil y entretenido.
Más que acertada, por tanto, la descripción que se realiza del protagonista, algo que en un principio no era fácil debido a su carácter bastante anti-carismático. Junto a él se esboza otro personaje que será de vital importancia, el de la mencionada Marjorie, un papel que con el paso de los minutos le veríamos bastantes más agujeros que bondades de no ser porque está interpretado por la mítica Shirley MacLaine, quien al menos consigue dar un toque personal a un perfil demasiado exagerado. Precisamente esta exageración es lo que a veces hace dudar sobre el verdadero carácter de la cinta, ya que Linklater parece jugar con el espectador con una negrura que en ocasiones resulta excelente (representada en casi todo lo que se refiere a los comentarios de la gente, incluidos los del curioso personaje que interpreta Matthew McConaughey) como a ratos algo abrupta.
Bernie consigue sobrellevar el peso de los minutos de una manera bastante liviana, sin decaer hasta los créditos finales gracias a un desenlace bastante apropiado para el desarrollo de la cinta; o quizá deberíamos decirlo al revés, ya que al estar basada en hechos reales el final era evidente, por lo que la vía para llegar a él era lo que debía cobrar importancia. Y en ello, Linklater sabe esbozar una película de estilo singular, muy entretenida, que sólo alcanza su límite en lo que la mente del espectador esté dispuesta a asumir, teniendo en cuenta la más que cómica caracterización de los individuos que desfilan por la pantalla. Una obra que se catalogará con la ya manida denominación de “trabajo menor” en el currículum de un cineasta que ya ha hecho grandes cosas en este mundillo, pero no por ello Bernie deja de resultar menos interesante. Más bien al contrario.