Una casa, un grupo de personajes con caretas de animales, un asalto… más cercanos o más lejanos en la distancia, son conceptos que cualquier aficionado al cine de género reconocerá. Y ello parece tenerlo claro Audrey Cummings, la responsable del asunto y debutante para la ocasión, que es consciente en todo momento del material que maneja y no opta a la novedad ni a la sorpresa, sencillamente a un ejercicio ya conocido que se siga con cierta atención y como mínimo resulte ágil y entretenido.
El factor diferencial desaparece por tanto en Berkshire County, y es algo que se percibe en el modo que tiene su cineasta de alimentar mediante referencias —no necesariamente aludiendo a un título en concreto, es suficiente con que sean icónicas— su propia obra. Lo que podría parecer, no obstante, una postura, un filón al que atenerse con el motivo de ofrecer argumentos —aunque apunten hacía el jugueteo o incluso la nostalgia— a un film que podría no tener mucho más que eso, se sostiene en esta ópera prima con cierta entidad: uno no percibe tanto esas referencias como un guiño explícito al espectador, sino como el modo de absorber y regenerar esas claves que tiene Cummings. Una regeneración que, como es obvio, hace caer la propuesta en aquellos errores tan previsibles propios de un debutante pero a su misma vez entendibles, y es que en el fondo uno termina comprendiendo como parte del juego las siempre poco razonables decisiones que toman en alguna que otra ocasión sus personajes, e incluso esos ingenuos giros de guión que no sirven sino para continuar alimentando un título cuya máxima es ofrecer al espectador lo que busca, ya sea con más o menos tino.
Para ello, y como comentaba, basta con un caserón mayúsculo, una responsabilidad para una adolescente en un mal momento de su vida, y tres enigmáticos personajes, fruto del más puro «psycho killer» surgido del «slasher» conocido. En ese contexto, la cineasta administra con cierta perspicacia los recursos con los que cuenta, e incluso sabe evitar la sobresaturación de algunos recursos que, si bien se dan cita en Berkshire County, terminan dando paso a momentos más propicios a juzgar por el material que se tiene entre manos. En ese aspecto, resulta incluso meritorio la labor de Cummings, que se adapta como buenamente puede al espacio de trabajo que tiene y explota sus posibilidades dotando de un dinamismo que le viene muy bien al material que tiene entre manos.
Olviden por tanto cualquier atisbo de originalidad, pues nos encontramos nada más y nada menos que ante una «home invasion» cuyos defectos saltan a la vista, pero que resuelve la papeleta proponiendo una «final girl» cuya evolución es quizá el punto más interesante del film —y puede que con ella se justifique un inicio que bien podría haber ofrecido dudas en otro marco—, y cuyo enfrentamiento a esos tres psicópatas prototípicos —a saber, movimientos más bien pausados y toscos, seguridad, e incluso algo de previsible cálculo— deriva en un ejercicio al que, con honestidad, poco más se le puede pedir. No cabe duda, pues, que con un libreto tan justito Cummings termina haciendo lo que está en su mano por sacar cuanto puede de Berkshire County, y a juzgar por esa tendencia al «slasher» bien engarzada y resuelta, y por el pulso con el que finiquita una historia que más no puede dar —y pese a esa evitable conclusión oteando el género—, lo consigue.
Larga vida a la nueva carne.