Es el año 1957, una fecha crucial en la filmografía y, tal vez, en la vida de Ingmar Bergman. La elección de un año tan concreto en la vida del artista sueco podría tratarse solo de un «mcguffin» antes que un punto de partida consistente para exponer una tesis, tan clara como la que demuestra Jane Magnusson en este documental. La directora es una experta en la biografía del autor, tal como acreditan sus trabajos anteriores, también documentales: el largo Descubriendo a Bergman y la serie para televisión Bergmans Video. Gran parte de las imágenes, entrevistas y testimonios utilizados en el metraje de esta cinta más reciente, provienen del abundante material de archivo, descartes y otros añadidos que se proyectaban en aquellos trabajos.
El discurso que aporta Magnusson se origina en el año 1957 con una cualidad metonímica en inicio, ya que atribuye el giro clave profesional en la vida de Bergman, coincidiendo con el estreno de Fresas salvajes y El séptimo sello, dos películas que siguen la evolución del lenguaje cinematográfico practicado por el cineasta, pero que desde ellas introduce —velada o evidentemente— la propia experiencia vital como sustento argumental y formal de su obra. Aunque producciones anteriores como la luminosa Un verano con Mónica, también podrían considerarse por implicaciones autobiográficas. El planteamiento de la realizadora es que la pareja de cintas estrenadas en aquel año sí demuestran sin duda, la implicación personal del autor nórdico. Más clarificador resulta el título original de este documental Bergman – ett år, ett liv, que traducido significa Bergman – Un año, una vida. De aquí se comprende su voluntad en abarcar la complejidad del autor, escudriñando ese curso durante los cincuenta. De todas maneras la premisa no se cumple por completo, ya que los extractos de secuencias, fotografías íntimas o de rodajes y las entrevistas en televisión a Bergman o sus propias declaraciones, no están limitadas temporalmente, alcanzando casi hasta la fecha de su muerte.
La estructura del film fluye por el ritmo absorbente del reportaje de investigación. Al principio nos ubica en la década, en la situación anímica, conyugal y de salud del cineasta. También glorifica la importancia que tiene como un tótem influyente en la Historia del cine y para muchos directores posteriores. Entre la repetición o la insistencia hagiográfica, este primer tercio resulta el más convencional del filme. Pero todo cambia a continuación, porque se desarrollará un estudio trazado con escalpelo, que resulta hipnótico, perverso y renovador, sobre la figura en estudio.
Las alabanzas dan paso a una serie de testimonios, confesiones y datos que rompen con la leyenda de Bergman. Se cuestionan muchos pasajes de sus libros Niños del Domingo, Las mejores intenciones o las memorias de Linterna mágica. Rectificando datos que había escrito, contrastados por entrevistas con su hermano mayor y colaboradores en el cine y teatro. Además de las revelaciones, se pone en solfa el aura de humanidad del director, reflexivo, tenaz. Entonces muchos de los declarantes confirman el reverso negativo del artista, recordándolo como alguien demasiado egocéntrico, despótico, obsesionado por el sexo o mentiroso compulsivo.
La fuerza de Bergman, su gran año surge por emplear esta técnica cercana a los rumores, pero bien sustentada en las experiencias de actores que sufrieron con él, sobre todo Thorsten Flinck. Otros descreídos de su sabiduría, en el caso de Mikael Persbrandt. Actrices muy próximas a él, que lo adoran sin necesidad de vanagloriarlo con falsedad, como Liv Ullman. O fanáticos representados por Elliott Gould y Barbra Streissand. Los entrevistados se completan con directores famosos como Allen, Anderson, Scorsese, Yimou, Von Trier, sumados a ensayistas e investigadores sobre cine.
La deconstrucción del mito resulta más provechosa que la simple biografía documentada que se intuía en la propuesta. Sin duda, porque esa ruptura de la divinidad cinematográfica nos acerca mucho más a la complejidad de un autor que cumple ahora cien años desde su nacimiento. Lejos de regalarle un producto lleno de complicidad y loas, la película supone un quiebro acerca de lo que ya sabíamos sobre Bergman, tan esclarecedor e inquietante, que da ganas de revisar otra vez su filmografía, además de rescatar lo que no hayamos visto.
En el desierto actual de la televisión pública y generalista, valdría la pena ver en años futuros este documental que ahora estrenan las salas. Algo que no era tan extraño a finales de los setenta y ochenta, décadas en las que se proyectaban en horario de máxima audiencia y en la primera cadena de RTVE Fresas salvajes o El manantial de la doncella. De aquellos pases nocturnos surgieron algunos espectadores como quien firma estas líneas, afectados en su juventud por el misterio y la eternidad de aquellos largos.