Anna es una niña topo que necesita atravesar un bosque para regalarle un dulce en forma de corazón a su amigo, pero la tarea no resultará tan sencilla, ya que el camino es largo y en las sombras acecha un misterioso gigante que amenaza a todas las criaturas del bosque. Aún así, la pequeña no se amedrenta y ello le lleva a descubrir que, tal vez, las historias que le contaron sobre el monstruo no eran del todo ciertas.
Cœur fondant es un cortometraje dirigido por Benoït Chieux, quien acaba de estrenar su primer largometraje en solitario, y como en aquel caso, con una valiosa moraleja para un público infantil. Las similitudes, sin embargo, terminan ahí, porque donde Sirocco y el reino de los vientos es realmente un prodigio de imaginación y creatividad a duras penas contenido en su metraje, este corto es, a nivel argumental, mucho más discreto y sencillo, y no solamente por su duración mucho menor, sino por sus propias decisiones narrativas. La historia no ofrece nada que no se haya visto antes; es una variante simple de la idea del monstruo temible que en realidad esconde un espíritu bondadoso y el deseo de ser querido y apreciado, un cuento que critica los prejuicios a lo desconocido repleto de amabilidad y que da una lección sobre no juzgar a las personas por su aspecto.
Para su público, es un estímulo estupendo; a mí en ese sentido se me queda más a medias en su vertiente narrativa, ya que no tiene una creatividad tan expansiva. Sin embargo, hay un aspecto en el que el cortometraje se asienta con una solidez envidiable, y ese es su factura técnica. Cœur fondant combina la animación en ‹stop motion›, utilizando muñecos de trapo, con unos fondos pintados en acuarela, y el resultado funciona de maravilla. Mediante esta mezcla de técnicas y estilos artísticos, genera un ambiente eficaz que retrata el entorno como un lugar sombrío e inhóspito, como los bosques encantados clásicos de los cuentos de hadas, mientras que la amabilidad y la bondad espontánea de sus personajes destacan en sus diseños. El “monstruo” se muestra como una figura amenazante, pero es a través de su gestualidad, sus reacciones y sus tiempos como conocemos su verdadera naturaleza; y esto, en un personaje esencialmente mudo, es mérito casi en exclusiva de su recreación visual. A nivel estético, las decisiones que toma esta obra pueden considerarse arriesgadas, uniendo distintos estilos en apariencia inmiscibles —con menos habilidad, hubiera parecido un teatro de títeres más que una animación con entidad cinematográfica— para generar una atmósfera eficaz y transmitir un mensaje que, no por sencillo y muy visto, deja de requerir una puesta en escena como esta, que genere un impacto emocional.
Otro elemento que me resulta bastante simpático del corto es su estructura, augurando un conflicto y apenas a mitad de metraje descartándolo ya definitivamente y abandonándose a la ligereza festiva, sin necesidad de cargar las tintas de nuevo. A esto me refiero en parte con su sencillez argumental; no nos espera un giro ni un nuevo conflicto fortuito, porque lo que quería abordar ya se ha abordado. Sin embargo, como en muchas ocasiones, donde hay una de arena también hay una de cal, y encuentro esta decisión narrativa de una naturalidad muy divertida y encantadora. Hay un punto en el que la tensión da paso al puro disfrute relajado, y deja un buen sabor de boca que, si bien no es suficiente para otorgarle un mayor interés a su narración, demuestra que Chieux, en uno u otro formato, sabe lo que hace, el público al que se dirige, y lo resuelve de manera eficiente.