Si hiciéramos una encuesta al respecto del ajedrez, las opiniones más habituales nos hablarían de aburrimiento, complejidad y, en general, una actividad propia de personas de alta capacidad intelectual y vida social —siendo generosos— escasa y/o restringida a su ámbito. Curiosamente Magnus, documental de Benjamin Ree, no anda muy lejos de la plasmación de estas características al respecto del ajedrecista Magnus Carlsen.
Mediante el uso del video casero, intercalado con entrevistas a los protagonistas, se nos ofrece un testimonio que orbita fundamentalmente en dos partes bien diferenciadas. Por un lado el aspecto más personal del protagonista y por otra su evolución dentro del mundo ajedrecístico hasta el ‹showdown› final. Dos piezas que se intercalan como partes inseparables del protagonista y de cómo cada una de ellas alimenta a la otra en lo que casi podríamos denominar retrato de una obsesión.
Sin caer en paternalismos ni en una conmiseración importada, se nos describe a Carlsen como un niño reconcentrado, atrapado en un mundo mental que solo entiende él y que le dificulta enormemente su relación con el mundo exterior. Pero al mismo tiempo descubrimos la ventaja que esto le otorga a la hora de desarrollar sus capacidades para jugar al ajedrez. Así, mientras vemos su progreso, observamos cómo este influye aún más negativamente en su vida cotidiana.
Pero no, no estamos ante el típico ejemplo de superación personal al estilo Hollywood, no. Aquí el relato no contiene grandes dramas sino una descripción casi científica y fría de las situaciones. Es una analítica que funciona casi como metáfora del propio juego sumiéndolo todo en una partida de acciones y reacciones tan evidentes como inevitables. Caso ejemplificante está en la descripción, en boca del propio, personaje, del ‹bullying› sufrido. Sin aspavientos, sin hurgar en las implicaciones dramáticas. Sencillamente sucede, con una lógica tan aplastante como sus victorias.
No obstante, Ree se guarda el mejor movimiento para el desenlace del film. Un relato de la final del Campeonato Mundial de Ajedrez narrado con la tensión de un thriller y una emoción, traducida en suspense continuo, que podría atribuirse a cualquier deporte mayoritario y que desmiente el sopor atribuido a una partida de ajedrez. Porque no solo se trata de ser didáctico en cuanto a qué está haciendo cada uno de los contendientes (algo imposible para profanos) sino de hacer explotar, ahora sí, la vertiente más humana de Carlsen.
De repente, esa mirada distante deviene en una exploración de la gestualidad corporal, de los sentimientos tras la mirada casi impenetrable del protagonista. De esta manera puede que no entendamos nada de lo que está haciendo sobre el tablero, pero nos adentramos en sus complejidades emocionales, compartiendo su angustia, la presión por la victoria. El miedo a la derrota y cómo todo ello le afecta físicamente.
Así Benjamin Ree consigue trasladar una historia que podría parecer distante hasta una cercanía que ha0ental sea algo que va más allá de la típica producción de campeones legendarios, moldeándolo hasta convertirlo en una extraña y sorprendentemente cálida descripción de la complejidad que supone la diferencia y de cómo la aceptación a veces empieza por uno mismo.