La trayectoria cinematográfica de Ben Wheatley es fácilmente identificable con una palabra: riesgo. No solo en el estilo sino también en cómo ha desarrollado el arco evolutivo de sus films. Del costumbrismo violento de Down Terrace pasamos a una evolución criminal en Kill List donde los límites de la realidad y la paranoia de desdibujaban en la aparente solidez de un relato convencional. De ahí a la más convencional formalmente Turistas, quizás su producto más “comercial” que, curiosamente, no sirve para un salto a las grandes masas sino que, desobedeciendo a toda lógica industrial da paso a sus dos obras más alucinadas en estética y desarrollo, A Field in England y la recientemente estrenada High-Rise.
Pero centrémonos en su obra debut, Down Terrace. Una historia criminal centrada no en grandes capos, ni grandes efectismos a lo Guy Ritchie. No, esta historia se centra en gente de baja estofa, en venganzas de barrio, en el lumpen de esos barrios residenciales convertidos en guetos para los marginados y olvidados de la sociedad. Una historia reflejada en un estilo que, por paisaje, contexto y cámara en mano, se asemeja a lo que podría enseñarnos Ken Loach.
Sin embargo, y aquí empiezan las diferencias, la voluntad de Wheatley no hacer ningún discurso. Aquí de lo que se trata es dejar fluir la cámara, la historia y reflejar, desnudando de subtexto alguno, una realidad miserable. Ya no se trata solo de los trapicheos y venganzas de tres al cuarto que se suceden, ni tan siquiera la herrumbre social o la (i)lógica de las relaciones familiares viciadas en pantalla. No, lo que el cineasta plantea en Down Terrace es una historia de descomposición que trasciende la denuncia y por tanto, a pesar de su localismo, de su visión microcosmática, consigue darle un aire tan universal como, igualmente, sensación de burbuja irreal.
A pesar de la miseria moral que se arrastra por todo el metraje Wheatley consigue que toda esa espiral no caiga en tremendismos dramáticos. No significa ello que no haya espacio para la violencia o lo terrible, pero todo ello acabo siendo mostrado a través de un descenso sarcástico hacia lo grotesco, hacia el esperpento más profundo. De alguna manera el enfoque serio acaba por convertirse en muestra de lo ridículo que en el fondo suponen todas las transgresiones mostradas. Unos perdedores absolutos que pretenden hacer pasar por trascendentes sus vidas, sus teorías y sus motivaciones y que finalmente se revelan como seres que solo pueden mover a la compasión o directamente a la risa.
En cierto modo en Down Terrace se opta por una combinación de ambas sensaciones, de generar una risa en el espectador no exenta de cierta condescendencia, pena y algo de piedad por el espectáculo dantesco que sus protagonistas ofrecen. Esta mezcla tan aparentemente sencilla no deja de ser, como indicábamos al principio, una muestra de personalidad, de estilo y de ganas de hacer un cine quizás no de autor pero si propio, sin ataduras. Un debut que afronta este riesgo sin miedo y que, además consigue cada uno de sus objetivos: horrorizar, divertir y no moralizar.