Las primeras tomas en torno a un personaje central que en todo momento parece permanecer en una realidad paralela a la del resto de personajes, como si la emoción y el afecto le fuesen negados desde una perspectiva lo más primigenia posible o, dicho de otro modo, lo menos alterada por la realidad —y, en consecuencia, propia— que rodea su día a día, revelan exactamente una de las claves del quinto largometraje del desconocido cineasta otomano Tayfun Pirselimoğlu. Es en ellas donde forja, además del peculiar retrato sobre la personalidad de Nihat, un hombre que trabaja como friegaplatos en una cocina, lo más parecido a un entorno para un hombre en una etapa de cierta madurez que revela de forma inequívoca cual es su circunstancia, pues a juzgar por su pétrea expresión y su poca capacidad comunicativa, no parece que sus inquietudes se extiendan mucho más lejos de una palpable soledad y un terrible desarraigo a toda presencia humana.
Todo cambiará cuando en una de sus incursiones en la cocina se tope con la presencia —ya advertida por sus compañeros, no de modo demasiado sutil— de Ayşe, una mujer casada cuyo marido está en la cárcel tras cometer un delito por el que permanecerá encerrado varios años. Lo que en un principio podía parecer otra figura testimonial en el universo de Nihat —de hecho, y pese a las miradas que se dirigen (más presas de la condición de ella y los comentarios que circulan sobre esa condición que otra cosa), no parece haber siquiera un acercamiento tácito—, terminará comprendiendo una inesperada puerta de apertura. Una puerta que, sin embargo, nos conducirá a un terreno en cierto modo inesperado, donde la identidad del protagonista pasará a ser un término de primera magnitud y la relación entablada con Ayşe se advertirá como un escalafón en esa búsqueda de un yo que, a partir de ese momento, quedará plagada tanto por asuntos recurrentes como por una sempiterna sensación de fuga.
Descubrimos así que lo que en realidad busca Nihat en Ayşe no es una relación (o incluso matrimonio) que se le haya privado con anterioridad. De hecho, la negación que surge de los gestos del propio Nihat invita a pensar que esa mujer que encuentra en él un nuevo reflejo de lo que su marido fuera no es más que una vía de escapatoria para él. Sus constantes intentos por huir de ella en público, por desestimar que en realidad haya surgido una relación entre ambos, no hacen sino alimentar la idea de una búsqueda más concreta, que Pirselimoğlu refuerza inteligentemente con determinadas tomas muy bien engarzadas —como ese plano, pristino, de la primera toma de contacto de Nihat con el hogar de Ayşe—. Incluso se podría decir que hay algo ciertamente inquietante en el modo en como las mujeres entran y salen de la vida de Nihat: absurda pero reveladora, esa forma de perderlas arma una declaración más allá del personaje y de sus aptitudes expresivas.
Pirselimoğlu teje a través de Ben O Değilim un estimulante mosaico donde, debido al rumbo tomado por su protagonista, se antoja inevitable que no comparezcan conceptos como el de «doppelgänger», que en el fondo no hacen sino vaticinar una dirección errática que en ningún momento se antoja propia. La concepción del plano y su austeridad, la sobriedad y perspicacia con que el turco integra los detalles, las atinadas interpretaciones de sus dos personajes centrales e incluso la forzosa reiteración de elementos, terminan por hacer de Ben O Değilim una de esas pequeñas gemas donde la constancia y voluntad se sobreponen a los defectos superficiales, otorgando así una perspectiva donde la percepción es el instrumento adecuado para transitar un ejercicio de lo más sugestivo.
Larga vida a la nueva carne.