Sabrina, tiene diez años. Es la hermana mayor de Belinda, de nueve. Parecen dos gotas de agua, a pesar de que una es rubia y la otra tiene los cabellos castaños. Pero sus pequeños ojos oscuros sonríen cuando se miran. Se nota que son hermanas, cómplices de vida. Las llevan juntas en un coche después de que las dos hayan huido de sus orfanatos, para reunirse. Hablan con el tutor, que las aconseja que se porten bien y no escapen de nuevo. Sabrina es conducida a su escuela. En el viaje de vuelta Belinda está sola, de regreso a La Nichhée, el centro social en el que vive.
El principio de Belinda engancha por la naturalidad de las conversaciones y los juegos entre dos hermanas, separadas por motivos que se intuyen fuera de campo. Unos padres vivos que no pueden hacerse cargo de ellas. Unos trabajadores sociales que las protegen como si fueran los progenitores. Una elipsis de varios años que duele, aunque los días en Alsacia sean luminosos, mientras ellas pasean junto a los primos y una comitiva familiar para la celebración del bautismo del hijo de Sabrina. Ese salto de tiempo se aprecia por el crecimiento físico de las chicas, es evidente. Pero se apoya a su vez en un cambio de formato de grabación digital, con una calidad de imagen más depurada que la de las primeras escenas. Todo remarcado por la metamorfosis del ratio de pantalla en 3:4, hasta llegar a un tamaño más equivalente a los 35 mm. La imagen que podríamos ver situados como espías, a través del marco de una ventana será más ancha, de forma que amplía esa visión de acercamiento a los personajes. Para llegar hasta un panorámico total que ocupa toda la pantalla. Incluso con un seguimiento más individualizado de la pequeña Belinda, ya cerca de cumplir los veinte años. No es una razón voluntaria, porque la necesidad de contar una historia cronológica del crecimiento de la protagonista, debe ser narrada con el cambio de formatos y aspectos visuales citados. Pero gracias a este condicionamiento, el film gana en un progreso lógico de la empatía hacia la niña, luego adolescente y finalmente adulta.
La comparación con Boyhood se ha repetido desde la promoción. Es cierto que la cinta de Richard Linklater respondía a un guión evolutivo con sus propios actores, pero ya escrito previamente o en progreso, según cada año de rodaje. En el caso de Belinda la producción se ha desarrollado a partir de dos trabajos anteriores de Marie Dumora, Avec o sans toi, del año 2002, La place y Je voudrais aimer personne, ambos del 2010. En los tres documentales también aparecían las hermanas, razón por la que disponía de tanto metraje previo sobre las dos.
Quizás lo más débil en Belinda es la focalización en los años recientes de la protagonista, un tiempo lleno de ingresos y salidas de la cárcel de su marido Thierry, e incluso una estancia de ella misma. La espontaneidad y relajación ante la cámara como un objeto de intromisión en las vidas de los implicados, es más afortunada en el primer tercio del film. Porque la transmisión de la naturalidad es fría, incluso inmóvil en los pasajes que implican al prometido de Belinda. No se trata de exigir que se muestren sin miedo, con todo el descaro posible ante el objetivo, sino que por momentos la sensación al verlos es artificial, de representación, incluso de impostación en las conversaciones que mantiene la pareja.
Así que la película se recupera en el último tercio con dos decisiones que rompen la linealidad temporal de la propuesta. La primera es un fundido en negro que da textura de ficción a la cinta. Supone otra elipsis temporal importante, aunque sea solo de unos cuatro meses, frente a las gigantescas suspensiones anteriores. Además, también es un giro en la exposición formal del documental, una transición que se amplía posteriormente con un flashback de las hermanas.
La película se centra en una generación joven que trata de buscar la integración social, proviniendo de una comunidad nómada yeniche, que ha sido tratada en films como Clan salvaje y otros dirigidos por Jean-Charles Hue. La fuerza de su tesis se sustenta en la capacidad del cine para contemplar el paso del tiempo en una misma obra, aunque le hubiera venido mejor cierta contención en los pasajes con Thierry. De todas maneras recupera el pulso cuando la directora se reconcilia con su protagonista. Belinda es el auténtico motor de la película con sus acciones, paseos, pensamientos y contradicciones.