Creer o no creer. Cuestión de matices. Y es que en el cine, como en la vida, se deben hacer actos de fe que indican (o no) el camino a seguir, cercado por profetas, falsos profetas y desterrados. Una dicotomía, esa entre realidad y ficción, que señala hasta dónde la convicción puede hacer llegar al ser humano, y que sirve como fundamento invulnerable del nuevo trabajo de Mohamed Ben Attia, que con Behind the Mountains presenta un relato menudo, casi convertido en fábula sobre cómo el convencimiento nos puede llevar a abandonarlo todo en busca de un elegido, de ese “profeta” que encuentra un campesino en la figura de Rafik, el protagonista, hasta el punto de abandonar su rebaño cediéndole la responsabilidad de atenderlo al can que le sigue en sus quehaceres diarios. Basta un simple gesto, que ni tan solo se llega a concretar puesto que Rafik, como en sus dos primeros saltos al vacío, que advierten en primera instancia a un hombre (auto)destructivo y casi agonizante, aunque no pueda estar esa percepción más lejos de la realidad, termina en el suelo, en esta ocasión del territorio agreste que atravesará el protagonista para mostrarle a su hijo Yassine algo inesperado, algo que deberá ver con sus propios ojos.
Es así como da inicio una huida inesperada en forma de ‹road movie› bordeada por un existencialismo del que se sustraen múltiples lecturas, si bien el realizador tunecino deja en el aire las implicaciones de esa nueva cualidad adquirida por el protagonista; pues aunque se desliza algún comentario casi circunstancial en torno al terrorismo que acecha esa área cercana a Oriente medio, Ben Attia hace vehicular su film alrededor de otras cuestiones, centrado especialmente en cómo el propio credo puede llegar a moldear nuestras decisiones o sobre cómo la percepción nos puede llevar a un nuevo estrato dentro de la realidad. Behind The Mountains aborda, en definitiva, asuntos cada vez más imperantes y urgentes en una sociedad abocada a cualquier corriente, por efímera que sea, con todo lo que ello conlleva. Los elementos discursivos del film, en este aspecto, se tornan traslúcidos adaptándose a una raigambre genérica que es la que le otorga mayor vigor, y ante todo dejando en manos del espectador las conclusiones de una obra que ni siquiera pretende ser ambigua en ese sentido, sino más bien encontrar aquello que pueda hacer fluir el relato con cierta libertad, sin encorsetamientos ni subrayados que resten fuerza a una posible reflexión para la que el tunecino provee, al menos, las herramientas adecuadas.
Behind the Mountains realza su veta fantástica apelando a una fisicidad que no se concreta precisamente en imágenes, y que lejos del reseñable trabajo fotográfico desempeñado por Frédéric Noirhomme, encuentra en lo sonoro su razón de ser, reforzando de este modo un misticismo a través del que proyectar tanto la naturaleza del protagonista como las distintas derivaciones que irá tomando su periplo, especialmente en esas pesadillas que asaltan a Rafik en mitad de la noche. Lejos de su trabajo formal, no obstante, al nuevo largometraje de Ben Attia le cuesta precisar su verdadera esencia, y por el camino se antoja más perdido en subterfugios que, si bien terminan otorgando frutos —como esa peculiar incursión en el ‹home invasion› y lo que derivará de ella—, nunca confieren la entidad pretendida a la obra del cineasta, que si bien sobresale en la concisión con que emplea su desvío genérico, aportando estampas de lo más sugestivas, termina requiriendo, tal y como lo conciben sus propios personajes, un salto de fe, que de concretarse bien podría transportar al respetable a una de esas crónicas tan extrañas como finalmente evocadoras.
Larga vida a la nueva carne.