Parajes desolados, humeantes, destrozados. No es la naturaleza rebelándose, es la acción humana. Como escombros post-apocalípticos el paisaje se rompe, se estratifica y se cae a pedazos. Es el noveno círculo del infierno de Dante, y como este último, el narrador, nos sumerge en este viaje citándolo, apuntando cada situación, cada momento, cada emoción del alma humana ante semejante devastación. Sí, Zhao Liang está detrás de la cámara, desaparece conscientemente y solo nos deja su voz, su anotación bíblica, porque de eso va en realidad Behemoth, del reino del mal, de los hilos de ese monstruo mítico ahora hecho realidad. Llámale Behemoth, llámale capitalismo.
Divido en dos partes muy diferenciadas, Behemoth ofrece un primer tramo destinado a merodear, a introducirse en los efectos que produce la industralización desbocada, en como la mano del hombre ha destruido el lugar, quitándole el alma, reduciendo la belleza a un páramo desolado. Una imágenes que nos remiten a mundos tan aparentemente ficcionales como los de un Mad Max pero que, existen, están entre nosotros para quedarse y continuar ‹in crescendo›.
Sin embargo todo esta potencia se desvanece ante la voz una voz en off que, lejos de su propósito de poetizar, se superpone y consigue que la alegoría quede poco menos que reducida aúna ceremonia de lo obvio.
No así en cambio en una segunda parte donde Zhao Liang deja a un lado sus pretensiones poéticas y ofrece un discurso más explícitos, más terrenal por así decirlo. Entramos en el mundo del factor humano y se deja de lado la idea de el hombre destructor como concepto general. El monstruo ya no tiene forma humana sino que lo utiliza como herramienta destructiva sin importar que dicha herramienta se destruya también en el camino. El hombre pasa a ser títere del sistema, meros cuerpos destrozados por el duro trabajo, por la contaminación que produce cada nueva obra. Seres que al igual que el paisaje también pierden el alma, la salud y la vida por un mísero salario, por una vida que ya no es vida sino supervivencia. Para ello Liang deja atrás las panorámicas y las citas y sitúa la cámara cerca del objeto de su investigación. En cada arruga, tos o ruido fabril, en los efectos que dicho trabajo genera vemos un seguimiento casi obsesivo, con un detalle que trasciende lo meramente documental y sirve con un propósito de denuncia política.
Behemoth es pues un documental doble, que alterna la metáfora con el realismo más sucio y despiadado. Un film que impacta pero no acaba de sorprender. De hecho, su mensaje ecológico, y anti abuso capitalista podría funcionar perfectamente como una cara B de Más de las Montañas de Jia Zhang Ke, enfocándose en el mundo de los trabajadores en lugar del de los propietarios. Zhao Liang filma pues una fantasmagoría, unos hechos y unos lugares que nos resultan lejanos pero que se acercan con terrible velocidad. Y al final lo terrible, un contrapunto perfecto al paisaje devastado al que le arrebataron el alma al principio, una ciudad muerta, hormigón, puro, desnuda, inhabitada e inhóspita. Un no lugar que sustituye a lo que una vez fue algo puro y humano.