Beginning comienza con un sermón catecista y “reflexivo” en torno al sacrificio de Isaac partiendo de la famosa pintura de Caravaggio y de La Biblia. No obstante, la desenvoltura de la cuestión de fe que Abraham, uno de los tres patriarcas del judaísmo, tuvo que superar se aborda entre diferentes pautas formales a través de una historia tan simple como dudoso es el punto de vista de Dea Kulumbegashvili. Pues en esta, su ópera prima, su interesante mirada se debate entre un feminismo agonizante y una pulsión conservadora e incluso de dominación.
No es preciso mentar las fuentes que han ayudado a la directora a llevar a cabo su primera película ya sea directa o indirectamente, pero sí es interesante ver cómo opta por embellecer el sadismo de una manera que, por ejemplo, Michael Haneke jamás ha hecho y que, sin duda, crea un conflicto entre el discurso y la forma misma del film. Acercándose más al cine de Carlos Reygadas (productor de la cinta), lo cual no es un halago, Kulumbegashvili genera escenas aparentemente “limpias” que esconden pliegues en torno a la manera de acercarse a las mismas. Ejemplos infinitos de filmaciones de los rostros de los receptores mientras alguien los interpela o la quietud apática ante acciones agresivas (física y emocionalmente) llevan a lograr hacer de una cadencia íntegra a, digamos, algo pretendido. La dificultad de Beginning para cierta parte de la crítica radica en la duración de sus planos —lo cual es bastante decepcionante teniendo en cuenta que no puede ser mas simple a nivel dramático— y es justo por esto por lo que parece volar más alto de lo que en realidad lo hace. Pensando en First Cow de Kelly Reichardt o en Time of Moulting de Sabrina Mertens (por citar ejemplos de esta añada), películas que también poseen una puesta en escena sólida a base de planos “largos”, se puede comprender por qué Beginning suscita cierto rechazo. La inadecuación de la duración de cada plano al sentimiento que genera, que deviene inversamente proporcional, hace que pronto el “impacto” buscado no signifique nada más allá del muestreo del mal.
Beginning, dentro de su maniqueísmo pretendido y enlazado con la cuestión patriarcal de su catequesis, es una película que suscita cambios de opinión bruscos durante su visionado. Su indecisión entre el estatismo y la movilidad, la lejanía o la cercanía la lleva a convertirse en una ‹rara avis› y a malentenderse de diversas formas. Porque entre esas imágenes hieráticas y prácticamente inmorales subyace un mensaje lo suficientemente aleccionador como para considerarlo vil. El sufrimiento de Yana, la desgraciada protagonista, se convierte en una sospechosa marcha hacia la miseria embellecida de manera casi divina. No es casualidad que el ataque a los testigos de Jehová del principio haga hincapié en un desenfoque paulatino de la imagen… Es casi como si la mirada de Dios fuese la misma que la del diablo, estableciendo una semejanza demasiado arriesgada como para que penda de un hilo.
Lo forzado de esa dicotomía entre el bien y el mal que deviene nula repudia, por tanto, los actos de violencia ejercidos sobre la persona de Yana. Todas esas presencias misteriosas en la casa, en el bosque, en el río sirven para que la opacidad revele momentos de completa anemia formal debido al desgaste de la moral del propio objetivo. La cámara no distingue entre juicios éticos y tan solo queda preguntarse si Kulumbegashvili tampoco. Me inclino a pensar que sí por las escenas en las que aparecen los niños, pero es curioso ver como la supuesta belleza de sus planos se tropieza siempre con la duración de los mismos que, lejos de atender a una pulsión emocional se reducen a la contemplación de la vaciedad más tenebrosa. Curioso también que el ánimo retratista del dolor tome su cariz más humano en el último plano, el único que necesita de efectos especiales.