Apertura: un coro celestial, de impoluto blanco, entona un himno religioso. La pureza, la bondad, la búsqueda de lo bueno a través de Dios, la religión y el orden. Todo ello cerrado abruptamente por las órdenes de la directora del coro, asaz madre de la protagonista quien exige que dé más de sí. Una simple secuencia en apariencia que sin embargo tiene la virtud de resumir en escasos segundos todo el conflicto, todas las emociones y toda la temática que se desarrollará posteriormente en Beast.
Puede que nada de lo que nos cuenta el film de Michael Pearce sea especialmente original en cuanto a los elementos dispuestos en el tablero de juego: represión, erotismo, falsos (o no tan falsos) culpables y relaciones tormentosas se dan cita en lo que podría tratarse de un ‹psycho thriller› sexual al uso. Pero no, esto no es un film guionizado por Joe Eszterhas repleto de giros, trampantojos y provocaciones sexuales de alto voltaje (aunque con perspectiva histórica algo pueriles). Estamos más bien ante la disposición transparente, calmada y profundamente analítica de un despertar, del afloramiento de los instintos cuando estos vienen reprimidos por un entorno cerrado, una sociedad excluyente en su orden y prejuicios, y una familia cuya visión de la vida se ciñe a lo tradicional entendido como conservador en extremo. Solo hace falta que haya unos asesinatos de mujeres para que la multisospecha y el racismo conviertan lo que ya de por sí era un mundo cerrado en una cárcel social poblada por una jauría de sospechas y represión.
Beast es una película de ecosistemas sellados siempre en precario equilibrio, que pone en el centro de la descripción la mirada femenina de su protagonista, una excelente Geraldine James. Su explosión emocional, su rebeldía, su despertar sexual no son solo algo propio de una ‹coming of age› adolescente sino que ejerce de función especular respecto a su entorno. Lo que el personaje de Molly representa no es lo que parece ser una ambivalencia y una ética dudosa, sino el conflicto global metaforizado en una persona. Sus dudas y actos son no solo un proceso de maduración o un despertar de la personalidad propia sino más bien una reacción al entorno, una asunción honesta de la bestia interior que pone al descubierto la hipocresía del resto, incapaz de asumir su condición de lobos vestidos con piel de cordero.
Es por todo ello que Beast se erige, además de un tenso thriller que juguetea con los límites del terror, en el manifiesto de un complejo entramado transgenérico que aborda subtextos poderosos que van desde la crítica al convencionalismo social, al prejuicio racial contra lo externo y la denuncia a esa nueva ola moralista que convive entre nosotros y cuya aparición no es más que una respuesta a miedos (casi) ancestrales. Y todo a través de un empoderamiento femenino desacomplejado, salvaje, cuya ferocidad no es producto de un desequilibrio sino de una asunción liberada del rol femenino como única arma para hacer frente a lo que le rodea. Y es que, quizás, hace falta una bestia desatada para combatir esa jauría imponente disfrazada de orden y buenas maneras.