El cine español parece gozar de un buen momento, y ello no sólo queda reflejado en esas producciones que antes intentaban acogerse a los tics del cine norteamericano imitándolos y ahora parecen conocedoras de cómo reinterpretarlos sin caer en lo manido y el ridículo (ahí quedan cintas como Secuestrados, Mientras duermes, No habrá paz para los malvados, etc.), también se entrevé en producciones como la que nos ocupa, el debut en largo de Iñaki Elizalde que, tras casi dos décadas manejándose en el terreno del cortometraje con piezas galardonadas como Patesnak, un cuento de Navidad o Lorca, nos trae hoy un relato que nos remite al folclore de un pueblo, el navarro, que ve revelado en Baztan una historia quizá necesaria para los días que corren.
En ese relato se nos traslada a la historia de los agotes, pobladores artesanos que habitan los valles de Baztan y Roncal, y que en otro tiempo, a raíz de la leyenda negra que les rodeaba acerca de su destino, sufrieron discriminaciones e incluso llegaron a ser acusados de transmitir males como la lepra. Una discriminación esta que, como se nos narra en Baztan, no cesó hasta principios del siglo XIX, cuando las leyes que excluían a estos artesanos empezaron a derogarse.
De ello nos habla Elizalde en un relato que se acoge a dos vertientes para trenzar un lienzo donde presente y pasado chocan probablemente por el hecho de ofrecer un contraste a ambas historias que nos narra el cineasta navarro en un ejercicio metacinematográfico en el que, por un lado, el equipo de la película en ciernes realiza un reconocimiento del lugar, así como se informa acerca de lo que vivieron los agotes, y por el otro, el propio espacio ficticio en el que se desarrollan unos hechos acontecidos siglos atrás.
En la faceta que nos traslada a esos acontecimientos, destaca en especial una ambientación logradísima que se apoya en múltiples virtudes de un conjunto que obtiene todo su poderío en ese ámbito, cuidando al detalle elementos como el vestuario, la puesta en escena e incluso una portentosa fotografía que nos sumergen sin dificultad en una historia donde uno de los emisarios del rey, aprovechando un reconocimiento, intentará indagar en el origen de esos agotes. A través de sus ojos veremos el trato que se les disponía por aquel entonces —no tenían derecho, por ejemplo, a ser bautizados en la misma pila que los demás, entre muchas otras vicisitudes que expone Elizalde en su obra—.
Aludía, sin embargo, al iniciar esta crítica a una cinematografía que parece seguir creciendo, e incluía Baztan entre esas propuestas que la enriquecen debido a su circunstancia de film arriesgado, que no desea conformarse con un mero retrato o una simple historia, y prefiere contrastarlo todo en una doble vertiente que se supone afilada, y es que esa narración que nos lleva de presente a pasado sucesivamente corre el riesgo de escupir al espectador del propio relato, pero a su vez constituye una inevitable confrontación entre dos realidades que difuminan los trazos de un tema a través del cual se nos habla sobre raíces y la pérdida de valores.
No llevemos a equívocos el hablar de una pérdida de valores que no se refleja (obviamente) en el relato sobre los agotes, sino más bien en una memoria histórica perdida que ha olvidado el valor de relatos como este para nosotros, relatos que parecen extraviados y que hablan de temas verdaderamente importantes en una sociedad que parece arrastrar al olvido capítulos negros de nuestra historia que conforman errores lanzados al agua en forma de caja de madera por no saber o querer reconocer la realidad, pasando por alto que ellos conforman lo que realmente somos.
La participación de intérpretes como Carmelo Gómez o Kandido Uranga no es casual, menos cuando el germen de Vacas (Julio Medem, 1992) sobrevuela la película a la par que fortalece el subtexto en alusiones que quizá huyan de lo sutil, pero que no desentonan gracias a ese nexo de cine dentro de cine que construye acertadamente Elizalde para poder exponer así lo vitales que son las historias que entroncan directamente con nuestras raíces (o, incluso, raíces desconocidas como las de los propios agotes), y que nos enseñan cuan significativo es preservar.
Tampoco parece casual que el guión aparezca firmado, además de por el propio director, por Michel Gaztambide (guionista de Vacas), o que en su anterior cortometraje documental se aluda directamente en su título a El olvido de la memoria, tema que parece esencial en la obra de un cineasta dispuesto a hurgar en nuestro pasado con tal de que no terminemos olvidando lo importante que es que sucesos como los acontecidos en el valle de Baztan sigan escarbando en una conciencia que, a cada día que pasa, parece más aletargada.
Larga vida a la nueva carne.