«Dites-le-moi du bout des lèvres.
Je l’entendrai du bout du coeur.
Vos cris me dérangent je rêve.
Je rêve.»
‹Je rêve›, yo sueño. Dormido y soñando, me imagino al leer estos primeros versos de la canción Du bout des lèvres de Barbara; que esta crítica se convirtiera en una partitura y después desprendiera su sonido.
Quién sueña, no obstante, es Mathieu Amalric, que me sorprende con una película pausada y serena, no como en su pasada película como director La chambre bleue (2014), que corría y corría, y no dejaba respiro a sus imágenes. Gratamente en el homenaje a la autora francesa, compositora y cantante Barbara, su paso es inteligente y observador, interesado en dejar reposar los planos, las escenas, las canciones que interpreta Jeanne Balibar, al adentrase en el cuerpo y visión de la cantante francesa. Balibar sobresale y aplasta toda estética o solista que se encuentre ante ella.
Monique Andrée Serf, conocida artísticamente como Barbara, fue una artista francesa, apreciada por un público fiel que adoraba la profundidad de su voz y las letras de sus canciones. Entre todos sus oyentes es probable que estuviera Mathieu Amalric, es posible y se puede intuir a partir de la elegancia y respeto que muestra el director francés en cada una de sus escenas.
En una de las secuencias del primer acto (si existe), en uno de los primeros solos para su único público, el espectador de la butaca del cine, Barbara o Jeanne Balibar se atreven a tocarnos seguramente la pieza mas reconocida de la compositora francesa, Du bout des lèvres. En su piano, en la habitación. Después se levanta, y percibimos que las paredes de la ‹chambre› están repletas de vídeo-proyecciones donde aparecen imágenes de archivo de la cantante, de la actriz, rodados en 16 mm por el propio Amalric. La escena se agrada, es larga, en pocos planos podemos apreciar bien la música de su cuerpo. Esa música curiosamente, y alabando el detalle, que emiten sus cuerdas vocales, está montada en forma de sonido no diegético. A pesar de observar la artista cantar, aludimos a todos los sonidos de la habitación externos a su canto. No es verdadero, pero es mas real.
Tanto el uso del sonido como el de la materia, la película fílmica, responden a un trabajo para representar el cine dentro del cine. El propio director se graba a si mismo filmando la película, con todo su equipo, adentrándonos al rodaje de un documental sobre la cantante Barbara. Pero Amalric no avisa, no nos detalla si el que estamos viendo es parte del documental, si es de la vida de la cantante o si es archivo fílmico. Lo podemos intuir cuando el director con la cámara aparece en pantalla, o a través del cambio de película fílmica, 35 mm, a 16 mm, o Super-8, para así desorientarnos y poder simplemente, una vez perdidos, empaparnos solo de su voz y de su música. A pesar de todo, esa técnica, remarca demasiado la forma, por encima del contenido, hasta resultar repetitiva al pasar la hora y media de la película, que se vuelve ya menos interesante, y que acude al rescate solo la voz de Monique Andrée Serf.
Al entrar en ese mundo del espectáculo, ver todos sus trucos a partir del decorado, de la luz, de los actores, y no creer nada más que en la música, el director francés deja un estado de pausa y coordinación con las calles que recorro al salir de la sala.