La explosión del huracán financiero que tuvo lugar en 2008 que germinaría en la conocida Crisis Financiera de 2008 suscitada tras el hundimiento de Lehman Brothers cambió el modo de desenvolverse de un mundo occidental que se creía inmune frente a las tropelías y corrupciones que terminaron por casi hundir la economía mundial. Y el mundo del cine no fue una mera comparsa ante estos acontecimientos, sino que decidió convertirse en fiel testigo de los hechos y circunstancias que formaron parte de este enrevesado juegos de números, intereses y tráfico de influencias y billones de euros. En este sentido surgieron una serie de obras que con más y menos acierto supieron captar la esencia de esta coyuntura, respondiendo así a una serie de preguntas que aún permanecen sin embargo como una incógnita imposible de despejar. Inside Job se eleva sin duda como la pieza fundacional y fundamental de este subgénero tan interesante como intrigante, seguida muy de cerca por la espléndida Margin Call, que partiendo desde un esquema narrativo apoyado en la ficción conseguía hacer palidecer al espectador merced a su soberbia radiografía de las cloacas de un banco de inversión de escasos escrúpulos y vomitivos valores.
Siguiendo los pasos marcados por estos títulos, los cineastas franceses Marc Roche y Jérôme Fritel produjeron el documental Banksters, una especie de continuación de su anterior título firmado en conjunto Goldman Sachs, La banque qui dirige le monde. Si en esta ópera prima realizada para la televisión el dúo rastreaba las entrañas de uno de los gigantes de las finanzas que prácticamente salió impune de la crisis de 2008, el emporio estadounidense que daba título a la obra, analizando la influencia y poder que atesora este titán financiero, en Banksters los cineastas galos desvían su mirada hacia otro Imperio, el banco británico-hongkonés HSBC, un actor que quedó manchado hace unos años tras revelarse el escándalo de los Papeles de Panamá (nombre que tanto atemoriza a los políticos y grandes fortunas de España) y su papel principal como blanqueador de dinero procedente del tráfico de drogas, armas, blancas y grandes corrupciones políticas.
El documental se adentra en las oscuras políticas de un banco que fue creado por los colonos británicos durante la Guerra del Opio, narrando con mucha fluidez y un lenguaje muy ameno los chanchullos y argucias de un banco intocable que cuenta con la protección de dos de los gobiernos más poderosos del planeta: la Cámara de los Lores londinense y el Gobierno Chino. A partir de una serie de entrevistas de tono muy televisivo la cinta va desgranando las sucias políticas desarrolladas por el banco, apoyándose en el testimonio de investigadores del tesoro británico, miembros del parlamento estadounidense que lideraron el comité de investigación de los Papeles de Panamá, antiguos empleados del banco, periodistas e incluso algún testimonio cercano de la representante del banco ante el Gobierno Chino.
Sin entrar en un juego de cifras y fórmulas de matemáticas e ingeniería financiera, la obra consigue seducir al público mediante la simple declaración de los diversos rostros que aparecerán en pantalla para dar fe del derecho de pernada que asiste a los dirigentes del banco gracias al amparo de figuras como el Ministro de Finanzas británico y del propio David Cameron, quien fichó para su ejecutivo al CEO de la entidad con el fin de implantar sus políticas y red de influencias privadas en su administración. Llama poderosamente la atención el silencio de los gerentes del banco, los cuales declinaron dar réplica a las graves acusaciones que los declarantes lanzan contra su empresa a lo largo del documental, y también la intrahistoria de la creación y progresión de la corporación desde un simple banco creado para hacer fluir el dinero engendrado por el tráfico de opio hacia la City, hasta su transformación en una entidad que maneja un patrimonio que la situaría como la quinta economía mundial sin ningún tipo de obstáculo ni freno, sino que contando con el apoyo de políticos y multimillonarios británicos y chinos, así como las redes que conectan al monstruo asiático con Europa en su intención de jugar un papel protagonista en la economía mundial.
Quizás un punto que resta un poco de valor a la cinta es la posición que adoptan los cineastas respecto a China. La pareja toma partido con total transparencia difundiendo su temor a que el todopoderoso país asiático emplee al HSBC como un instrumento con el que dominar las finanzas mundiales, sustituyendo por tanto a los EEUU como principal sustentador del capitalismo. El documental proyectará unas agoreras hipótesis sobre lo que sucedería si China lograse su objetivo de introducirse en el mercado internacional con un rol principal en lugar de secundario, dibujando un panorama totalmente apocalíptico. No dudo de que las conjeturas rubricadas por esta presunción puedan llegar a desencadenarse, pero da la sensación de que los cineastas franceses no apoyan su argumentación con datos que lo fundamenten.
A pesar de este mensaje anti-chino un tanto manipulador, Banksters subraya un mensaje que amanece como totalmente fascinante: la total impunidad de esos delincuentes de guante blanco de culo exquisito empapado en Chanel nº 5 que a pesar de haber sido los cerebros de una red criminal de miles y miles de billones de euros siguen en la calle disfrutando de los frutos de su desfalco a gran escala compartiendo acera y café con las víctimas de sus fechorías. Incluso siendo premiados por los gobiernos con puestos vitalicios desde donde dirigir los nudos invisibles que hacen mover y tambalearse al mundo. En este sentido la película adopta los esquemas de un filme hitchcockiano desmenuzando con brochazos de genialidad un thriller que desciende a los infiernos para hacer estallar la intriga y en cierto sentido el terror. Porque Banksters, al igual que Inside Job, trasciende las fronteras del cine documental para alcanzar las del cine de terror realista mostrando lo fácil y barato que resulta defraudar miles de millones frente a lo caro que se manifiesta robar una simple chuchería por necesidad. Aquí los vampiros visten traje de Armani y corbata de seda en lugar de capa negra, enseñando unos colmillos más afilados y peligrosos que los de cualquier aspirante a Conde Drácula recién salido de la consulta del dentista tras haber gozado de una rutinaria limpieza bucal. El fraude desangra las arcas de la economía mundial como dentelladas en la arteria aorta de nuestro cuello, salvaguardando la supervivencia de los que más tienen y tomando el pelo a quienes ahorran y se preocupan por el sustento de su familia en lugar de por el suyo.
Y esto es lo que me gusta del documental, su intento de desenmascarar a esos ladrones pulcros que tienen las manos manchadas de corrupción invisible aunque traten de disimular esto con esas manicuras que expele la mugre de entre las uñas. Asimismo su apuesta pedagógica que ambiciona llegar al mayor público posible hablando al espectador en un lenguaje cercano no cayendo en esos laberintos de números y cifras que pocos comprenden. Y esa radiografía de esos sinvergüenzas que gracias a la protección de las leyes macro han logrado sortear los barrotes de la cárcel con total naturalidad y alevosía, saqueando todo lo que se posa ante su pico de buitre sobre todo si en ese saqueo se huele la mierda a kilómetros, y por tanto saliendo de entuerto más ricos de lo que entraron. La historia más antigua jamás contada.
Todo modo de amor al cine.