En una ocasión, un no muy conocido crítico cinematográfico dijo que el neorrealismo italiano más que un movimiento era una atmósfera que mostraba de manera impactante una determinada realidad que antes el cine trataba de ocultar para no perder su característica de evasión. No le faltó razón, pues el neorrealismo, aparte de su revolución estética, se centraba en el tratamiento sociológico de temas relacionados con problemas cotidianos de la gente en la calle o el campo, la emigración, el desempleo, la crisis económica, la violencia, etc.
No obstante, pese a que excavaron la realidad italiana en todos los sentidos, los máximos exponentes del neorrealismo optaron por obviar algunos aspectos o personajes. Tal vez, creían que el desprestigio de estos elementos podía contaminar el respetable movimiento fílmico, así que dejaron, más bien, que esas realidades fueran abordadas por el estricto y poco taquillero género documental.
Uno de estos temas indeseables de filmar era el relacionado con los ladrones de algunas comunas de la isla de Cerdeña, que permanecían escondidos en las montañas de Barbagia, conviviendo con los pastores de la región, que mantenían un contacto casi nulo con el mundo exterior.
Aunque tarde, ya en 1961, un documentalista humanista, Vittorio De Seta, decidió, en cierto modo, reivindicar o justificar en el cine el comportamiento de estos pastores que “no tuvieron más remedio” que estar fuera de la ley. Para ello, mezcló el estilo documental con el decadente corte neorrealista —recordemos que la incidencia de esta corriente duró desde el segundo lustro de los 1940s hasta los primeros años de los 1950s—. De Seta penetró así en este mundo oculto y peligroso para rodar Bandidos de Orgosolo.
De Seta empleó una característica esencial en la manera como filmaba sus documentales, su cámara era una mera observadora de las actividades cotidianas de la población olvidada de las regiones apartadas de la Italia industrializada. Fue amante de mostrar con sus imágenes la interacción del hombre con la naturaleza y con sus creencias. Dejaba que la fotografía y el sonido natural se expresasen por su cuenta.
Bandidos de Orgosolo fue el primer filme de ficción de De Seta y representó una necesidad del director de contar una historia que difícilmente podía estructurarla en un documental.
En su estética, la película está compuesta por una excelente fotografía en blanco y negro, que revela un neorrealismo frío y áspero, que está acorde con la dureza de las piedras que componen las secas montañas y el viejo pueblo en donde se desarrolla la trama.
El filme narra la historia de un pastor que, de repente, se ve envuelto en un robo de cerdos que nunca hizo, y por lo cual la policía lo buscará. Él, acorralado, optará por convertirse en un bandido de verdad.
Los primeros cinco minutos del filme son básicamente documentalistas. Todo el estilo de De Seta resumido en una estupenda introducción que dibuja a la perfección a los personajes y su relación con el entorno.
Los elementos que componen la esencia del filme bien podrían asemejarse a las constantes de un Western, pero con un ritmo mucho más lento; y es que el sentido del filme es el rescate de lo cotidiano que se observa desde el simple cuidado del rebaño hasta la manufacturación de quesos. Lo rutinario es elevado a la principal razón de vida de los protagonistas.
El filme nos muestra que los pastores de Orgosolo no buscan una identidad, simplemente vivir una tradición cotidiana, y si ésta pretende ser alterada por diversos factores, ellos no se resignarán ni optarán por cambiar su actividad; harán lo que sea para que la coexistencia con su hábitat se mantenga intacta, aunque psicológicamente ya no sean los mismos.
Como en sus documentales, De Seta recoge en esta película momentos de alerta que viven las personas con la naturaleza, y que las delata enfocando su rostro asustado y en vigilia justo el momento en que alzan su mirada buscando una explicación o una señal proveniente de cualquier amenaza externa.
Al igual que al inicio, el cierre del filme es magnífico y deja al descubierto una dura realidad de supervivencia y de venganza, con un mensaje desesperado pero contundente.
Bandidos de Orgosolo permanece oculto entre los grandes filmes del neorrealismo italiano. Pueda que la crítica especializada no haya querido ubicarlo en la cúspide de esta corriente insigne del cine italiano por contrarrestar los elementos tradicionales que tanto lustre le dieron, sin embargo, la película emerge como un claro ejemplo de esa atmósfera que busca mostrar, sin precaución alguna, las contradicciones de una sociedad descompuesta.
La pasión está también en el cine.