En una primera secuencia donde dos personajes carentes de escrúpulos, Frank y Abe Holt —interpretados respectivamente por Peter Coyote y un Forest Whitaker que emergerá como protagonista absoluto del film—, intentan abaratar costos para la empresa de seguros a la que representan a costa de una vida humana, Baltasar Kormákur desgrana un carácter que, en cierto modo, contraviene aquello que se deduce del cine del islandés lejos del ruido y los mayores presupuestos que suele tener del otro lado del charco. Ante todo, porque se aproxima a sus personajes desde un insólito intimismo que, a regañadientes, se instaura en el núcleo de la obra, estemos ante un trabajo de cauce más dramático como aquella 101 Reikiavik protagonizada por Victoria Abril, o ante un thriller policíaco como Las marismas, que vería la luz un año después de la cinta que nos ocupa.
De título A Little Trip To Heaven —aunque este tenga un significado mucho más sugerente que la traducción de su estreno en salas, Verdades ocultas; en alusión, además, a la canción de Tom Waits, aquí introducida a través de una versión del cantautor islandés Mugison, responsable también de una deliciosa banda sonora; —, la cinta se erige como una suerte de ‹neo-noir› bastante particular —no faltan motivaciones, una ‹femme fatale› cuyo rol se invierte en más de un momento, o ese final— que desliza un humor negro que funciona en una doble vertiente: por un lado, ayudando en esa distensión tonal que lo lleva a destensar un terreno que bien podría mostrarse más grave; y por otro, amplificando esa vena ‹noir› que dota extrañamente de un acertado contexto al film, y que bien nos podría retrotraer a esos pueblos dejados de la mano de Dios, situados en la América profunda, que rememoraron los Coen en Fargo o Sam Raimi en Un plan sencillo, entre otros.
Es, de hecho, lejos del acierto en la elección de escenarios que definen ese citado marco, la colección de personajes que pueblan el lugar un fiel reflejo de aquello que parece resultar clave para Kormákur. No obstante, y más allá de un deje humorístico bastante apropiado, A Little Trip To Heaven se desarrolla con tiento en terreno dramático e incluso sabe aplicar pinceladas de una ternura impropia en una propuesta como la que nos ofrece el islandés. La figura de un (en principio) abúlico investigador se va transformando así, a través de gestos mínimos pero plenos de significado, en la de un individuo no carente de empatía, al que un gran Forest Whitaker otorga los matices adecuados para huir de una planicie que no hubiera favorecido en ningún sentido las intenciones del film, creando de este modo un personaje ambiguo que termina decantándose en su último acto.
La construcción realizada encuentra, pues, motivos visuales de lo más interesantes en esa mixtura que convierte prácticamente el film en un juego detectivesco que, sin embargo, no esconde sus cartas ni se retuerce en busca de un final epatante. Así, y aunque el trabajo fotográfico deje que desear en algún ámbito —esencialmente en esas escenas diurnas donde el contraste lumínico se antoja un tanto estridente—, el cineasta logra conjuntar un ejercicio que sabe indagar en las entrañas de sus personajes: por un lado, y como comentaba, dibujando cierta ambigüedad en un tipo que asume su trabajo como lo que es y lo afronta con cierto distanciamiento, pero en el fondo parece entender el mundo con el que le comunica tal labor —algo que se infiere de ciertas secuencias con Isolda y su hijo—; y por el otro describiendo a partir del contexto el periplo del interpretado por Julia Stiles, deslizando una situación incómoda y no sólo por la conflictiva relación que sostiene con Fred (interpretado por un convincente Jeremy Renner). A Little Trip To Heaven es, ante todo, un film con alma que, sin evitar ciertos giros, perfila a la perfección cada movimiento desde individuos que parecen estar a punto de perderlo todo pero, en realidad, ya no tienen nada que perder.
Larga vida a la nueva carne.