Bretaña francesa, a finales de los años ochenta del siglo XIX. Las aventuras de Felicia, una chica huérfana con deseos de ser bailarina, comienzan cuando escapa con su admirador, el ingenioso inventor Víctor, un compañero del orfanato. Ambos llegan a París, la ciudad de sus sueños, con la Torre Eiffel y la estatua de la Libertad en plena construcción. La capital está deslumbrante antes de su exposición universal, pero el camino se presenta lleno de obstáculos.
La mejor baza de la producción cinematográfica contemporánea, dentro del apartado de animación, es que conviven distintas técnicas. Las artesanales con el rodaje fotograma a fotograma, ya sea con marionetas, muñecos o ilustraciones. Al mismo tiempo que se desarrollan las híbridas con dibujos, trabajadas por batallones de animadores en sus mesas para los diseños, bases, fondos y otros elementos, con personal parapetado —quizás en muchos casos—en países como Corea del Norte. O bien estas superproducciones de la Disney/Pixar —que “tanto monta, monta tanto”—, Dreamworks, Blue Sky y el resto que continúan. Los estudios japoneses Ghibli son los que tienen más interés, a pesar de encontrarse en el aire su existencia, si hacemos eco a noticias que surgieron el año pasado sobre su cierre. También son los que dentro de unos parámetros formales estrictos, en ocasiones, al estilo manga, han conseguido mejores resultados artísticos y narrativos desde hace treinta años, por lo menos. En todo caso las empresas mencionadas abarcan el cine comercial que llega a las pantallas de cine y televisiones, no a la producción más independiente o marginal que tiene escasa difusión.
Más allá de las otras cinematografías mundiales, también destaca el empeño francés por destacar en el panorama internacional, en el caso que ocupa esta reseña, con Canadá como aliado productor. El resultado ha sido esta Ballerina, un film que recurre a la música en el apartado sonoro. De igual manera en el de la interpretación, en el caso del doblaje original que usa la voz de la cantante canadiense Carly Rae Japsen en la voz de Odette, uno de los personajes. Y del guión, con esas alumnas de danza clásica, disciplina que sirve casi como ‹mcguffin› para la historia, más pendiente de las acrobacias y saltos imposibles, que de divulgar pasos o posturas de baile. El ritmo se mantiene desde el fulgurante principio que sucede en el hospicio bretón, por ese vuelo en un aeroplano que parece sacado de los bocetos de Leonardo da Vinci. Se desarrolla con ligereza y diversión durante el nudo que acontece en París, con acierto al colocar a los personajes protagonistas como verdaderos pícaros y héroes que se buscan la vida, ya sea en barrios bajos o como ayudantes de fregonas en casas señoriales. Con el marco de una metrópolis que aparece en crecimiento, justo antes de configurarse como la urbe que es ahora, un empleo inteligente de los escenarios o paisajes para dotar de profundidad anímica y ambiental las acciones, sentimientos y relaciones entre el resto de cómplices y antagonistas. En el caso de los personajes merece la pena ver el cuidado que vierten los guionistas para reflejar la evolución personal de cada uno, como la antigua bailarina Odette, que ahora sobrevive como una taciturna portera y limpiadora de la tirana Régine le Haut. Además del profesor de baile Mérante, intransigente, sarcástico pero capaz de recuperar su humanidad, al contemplar el progreso y pasión que manifiesta Felicia en con sus movimientos y expresividad.
Se puede reprochar que la factura visual no se lance al charco del atrevimiento o esfuerzo artesanal de producciones más osadas. No, por supuesto que no, ya que se presenta como una producción modélica en esta época de dibujos que tienen un buen trabajo de empatía hacia los personajes, por sus caras simpáticas, cuerpos flexibles, colores cálidos, entornos acogedores y movimientos de cámara hipnóticos y envolventes.
Sin embargo, este artificio se encuentra recompensado cuando se ve la película en una sala repleta de chavales que disfrutan con sinceridad de los momentos graciosos, de la chispa de varios personajes y la forma en que crecen algunos, que eran malvados al inicio pero son capaces de recapacitar después. En este aspecto no decepciona y se suma a films animados que han sido tachados de simples como Futbolín (Metegol) o Home: hogar, dulce hogar. Simpleza que viene manifestada según muchos analistas, por la razón de estar dirigidos a todos los públicos. Claro, si son para niños y al verlas parecen estar enfocadas a niños, pues entonces ¡pleno al quince!. Frente a esta oposición a productos dirigidos para el público infantil, sin pensar en los adultos que en ocasiones deban acompañarlos a las salas, habría que añadir una referencia curiosa, aparte de las obvias a cierto escritor británico y universal que narró muchas correrías de adolescentes pobres y buscavidas. O de estos maestros parecidos a uno oriental, que adiestraba tanto en las capacidades de atacar, como en evitar la lucha. Sí, porque además de estos antecedentes, encontrándonos en una web que ya vindicó una obra incomprendida de los noventa como es Showgirls, tiene mucho interés comprobar que Ballerina, salvando circunstancias geográficas, históricas y pendientes de la calificación por edades, sigue al dedillo, con leves cambios de orden, la estructura básica de la cinta de Paul Verhoeven. Las dos, el modelo y el dibujo, tal vez no pasen a la historia del cine universal, pero conseguirán divertir a su público, enganchar con sus libertades anacrónicas y ese vestuario similar al de cualquier instituto de educación secundaria. Las ínfulas artísticas mejor que se las queden las princesas machistas cantarinas y embrujadas. O las bestias que prefieren ser príncipes millonarios y faltos de personalidad. Mientras, se puede disfrutar junto a dos adolescentes independientes, decididos y capaces de lograr sus sueños, dando una lección añadida sobre la lucha de clases.