«El arte es hacerlo todo poco claro, pero aparentando una inteligencia extrema»
Una de las últimas líneas de guión recitadas por su protagonista, Meri, bien podría arrojar luz, en parte, a un film que huye de lo acomodaticio, y bordea desde sus formas una superficie de lo más extraña; no tanto, no obstante, por el empleo de determinadas herramientas —especialmente desde su dispositivo narrativo y en el uso de esas desconcertantes superposiciones— que confieren a Balada (A Ballad, 2022) una apariencia ciertamente insólita, sino por la relectura realizada en torno a un terreno si bien conocido, habitualmente planteado desde un carácter mucho más recrudecido por los cineastas que rodean esa Península balcánica y las diversas materias que se sustraen de la misma.
No hablamos, por tanto, solamente de un conflicto (en este caso, desde la fabulosa Children of Sarajevo en torno a la Guerra de Bosnia) que la propia Begić ya había abordado, asimismo de los meandros de una sociedad abocada, en determinados contextos, a un pasado reticente a desplazar su omnipresente influjo, algo que ya han acometido en los últimos tiempos cineastas como Elene Naveriani en Wet Sand o Teona Strugar Mitevska en Dios es mujer y se llama Petrunya. Precisamente, y del mismo modo que los films citados, Begiç sitúa de nuevo un personaje femenino ante el regreso a ese retroceso: el de tener que aguantar las réplicas de su madre intentando buscarle un nuevo (e inapropiado) ‹partenaire› tras su reciente separación, el de buscar un trabajo a contrarreloj con tal de poder obtener la custodia de su hija y, en especial, el de descubrir cada sueño y esperanza quebrados en un ambiente que de un modo u otro coarta ya no sus posibilidades, sino una libertad individual a la que Meri no parece dispuesta a renunciar ni ante el peor de los supuestos.
Será precisamente, y tras la inmersión en un entorno desesperanzador, el reencuentro con Adela, una antigua compañera del instituto que no rinde cuentas ante nadie, donde Meri hallará el reflejo necesario para poder dar un vuelco a su situación (de hecho, la propia protagonista anticipaba en respuesta a una pregunta realizada durante un casting que la libertad era para ella «poder vivir sin miedo»). La cineasta bosnia narra, a partir de ese relato —mediante el que juguetea con el lenguaje y modula con facilidad sus constantes—, una historia de liberación que encuentra tanto su sino como su contra, disponiendo incluso las piezas de lo que se podría concebir, en parte y por momentos, como una suerte de relectura en clave balcánica de la Thelma & Louise de Ridley Scott. Un apunte que podría ser casual, pero que en realidad se corresponde con la mirada que deposita Begić sobre esos dos personajes, un tanto a contracorriente, otro tanto presas de una ira interior que podría desatarse en cualquier momento.
Pero por lo que concuerda en especial Balada con una referencialidad que cada espectador atisbará en un punto distinto, y que no viene tanto de una predisposición de la cineasta como sí de la naturaleza inquieta del propio artefacto, es por ese carácter meta que se deduce de algunos de sus disruptivos apuntes: desde el modo de abrirnos los pensamientos e inquietudes de la protagonista mediante esos pequeños extractos de sus distintas audiciones, a la teatralización de un presunto pasado a través de varios segmentos integrados en la obra y conducidos por esa exploración formal que realiza la cineasta y que pervive en sus constantes rupturas y desvíos.
Y es que es en ese aspecto donde huye Balada de ese terreno conocido al que aludía al principio: al fin y al cabo, la forma de experimentar con el dispositivo escudriñando los límites del celuloide, parece dispuesta como una suerte de resorte desde el cual no únicamente cuestionar sus propios márgenes, también los de un lenguaje que, para la ocasión, difiere lo dramático hasta transformarlo en mera anécdota. No, no es que con el nuevo film de Begić nos encontremos ante una pieza que huye de aquello en ocasiones prácticamente indivisible para con su complexión, sino que, con su voz, decide indagar más allá; y no desde el artificio, sino sintiéndose auténtica, deviniendo una ‹rara avis› que, con su conclusión, lo dice todo sin quizá tener que determinar nada. Quién sabe si la respuesta definitiva a tanto conflicto que sigue sin encontrar su fin (como la propia obra) tanto tiempo después.
Larga vida a la nueva carne.