La salud del cine francés ha sido y es envidiable. Sus autores son mundialmente conocidos, su sello como cine de autor de calidad lleva funcionando décadas, sus festivales son los más esperados del año (Cannes, Clermont Ferrand o Annecy son, simplemente, los tres mejores festivales en su género) incluso actualmente, la distribución de sus películas supone una avalancha en la cartelera española, mientras que aquí, al otro lado de los Pirineos, nos tenemos que conformar con 3 estrenos españoles al año con una distribución en salas irrisoria. Y a pesar de lo bien que ellos, y el resto de países, tratan al cine francés, aún hay autores malditos y olvidados siendo Gremillon (Remordimientos), Rozier (Du côte d’Orouët) y el que nos ocupa, Maurice Pialat (La infancia desnuda) los más flagrantes e incomprensibles.
Antes de pasar al largometraje a la edad de 43, Maurice Pialat realizó 14 cortometrajes, entre los que destaca el relato de la Banlieu parisina de L’amour existe un cortometraje documental de una belleza apabullante y un texto exquisito. En 27 años como director, dirigió 11 películas, alejado de la Nouvelle Vague a pesar de ser coetáneo (Desprecia, por ejemplo, el cine de Truffaut al que condenaba de hacer un cine demasiado «explicativo y narrativo») Su influencia en el cine francés es más palpable que su popularidad, y su Palma de Oro una de las más polémicas de todas las ediciones. Al montar al escenario y recibir el atronador abucheo del público, increpó con un «Si vosotros no me queréis, sabed que yo no os quiero tampoco» ya que las películas favoritas para llevarse con el galardón eran El cielo sobre Berlin (Wenders) y Ojos Negros (Mikhalkov). Yves Montand, el presidente del jurado cerró el tema con unas sabias palabras al respecto de Bajo el sol de Satán y Pialat: «Hemos considerado que el trabajo que intenta realizar Pialat y que ha conseguido, lleva al cine a otro nivel, a otro escalón. Podemos ser más sensibles a películas un poco más accesibles, un poco más fáciles, pero por suerte existen los Pialat, los Godard, y los Resnais para llevar al cine a otra altura. Me alegro de que nosotros hayamos votado a la unanimidad por él».
Maurice Pialat dirige a los 62 años Bajo el sol de Satán, su noveno largometraje, protagonizado por Gérard Depardieu (la tercera de sus cuatro colaboraciones) y de Sandrine Bonnaire (segunda colaboración, interpretando aquí a Mouchette, un personaje que tiene bastante similitudes con Suzanne de A nuestros amores) es la primera obra de George Bernanos y donde se da cita su tema: el eterno combate entre el bien y el mal, con unas fronteras siempre difusas entre esas etiquetas. Empezamos conociendo al joven párroco Donissan (Gérard Depardieu) confesando al padre Menou-Segrais (El mismo Pialat) la desesperación que le provoca su trabajo, el cómo acercarse al pecado, al mal a través de sus feligreses, va mermando su fe en Dios y generando incomprensión en la tarea que Dios le ha impuesto, pero también hay en él un sentimiento de culpa, se siente indigno de ser un representante de Dios, sentimientos que deja libres bajo la flagelación y el autocastigo. Tras eso conocemos a Mouchette (Sandrine Bonnaire), joven de 16 años que encadena aventuras con hombres maduros. Personaje inseguro, frágil, al borde del colapso, Mouchette, exige a estos hombres, un compromiso más serio, una demanda constante de atención y cariño, pero en el fondo, sabe que esos hombres solo buscan en ella la diversión, la belleza y la juventud que posee. Personaje destructor y destruido, suicida y asesino, Mouchette es un ser impuro que representa el mal, la tentación y la debilidad y aun así, hay arrepentimiento, hay remordimiento de sus actos que la carcomen por dentro y a los que busca una expiación.
Una vez presentados ambos personajes (todo ello grabado en interior) la película parte directamente para el conflicto religioso, trascendental y crucial que Donissan afrontará en ese camino hacia un pueblo vecino. Con una fotografía que empieza dominada por tonos cálidos (ocres y rojizos) para acabar al final de la noche dominada toda la escena por tonos fríos, glaciales, Donissan establece un camino que recuerda al de Pablo de Tarso, ya que al igual que este, en mitad del camino, se ve sorprendido por una presencia que descontrola su mundo. Esta presencia, que se reconoce abiertamente como el Diablo y que prueba primero su fidelidad a Dios; para luego anunciarle que este le ha reservado un camino especial y despidiéndose concediéndole un preciado Don.
Si a unos de los grandes autores de la literatura francesa del siglo XX, dueño de una lírica y una profundidad religiosa inaudita, le añadimos el talento de Pialat, autor que emociona con una frialdad y austeridad, obtendremos Bajo el sol de Satán una película existencialista y densa, sobre el bien y el mal, sobre Dios y Satán, sobre el pecado humano que llevamos heredando desde Adán y Eva. Película que necesita varios visionados, para comprender los dobleces de sus personajes, que posee esa rara capacidad de perpetuar en el recuerdo, por su belleza, por sus diálogos, por esas actuaciones descomunales de Depardieu y Bonnaire, pero también por el debate interior que propone sobre el sentido de la vida, de la fe, de la religión, de todo los que nos rodea.