El inicio del confinamiento durante aquella fatigosa etapa donde la Covid-19 se introdujo en nuestras vidas sirve a la cineasta debutante Diwa Shah, ganadora a la postre del Premio New directors en la pasada edición del Zinemaldia, para trazar un mosaico desde el que profundizar en los efectos de una pandemia que se vivió de forma muy distinta en otras latitudes. Buena muestra de ello es el hecho de que el protagonista del film, Hansi, decida permanecer en la India para poder continuar trabajando junto a su cuñado, Bahadur, después de que se produzcan las primeras partidas a Nepal, de donde ambos son originarios, con motivo del encierro decretado en el país asiático.
Shah dibuja un lienzo que, pudiendo parecer austero, comprende muy bien las necesidades del propio film, eludiendo lo extraordinario de una situación que sí fue en realidad extraordinaria para centrarse en una coyuntura regada en cierto modo por la mundanidad: y es que en realidad nada cambió para esos “Bahadur”, ya que el mero cometido de la supervivencia y el hecho de poder proveer un sustento familiar continuaba siendo esencial por más que el contexto admitiera una ligera variación y cualquier descuido, como el hecho de no llevar mascarilla, pudiera costar un sobresueldo.
Dicha condición queda especialmente reflejada en el personaje de Hansi, que se alza con el protagonismo del film si bien Bahadur es quien le otorga título —por motivos que se aclararán a lo largo del metraje—, un entrañable trepa que sabe aligerar incluso los momentos más incómodos con un deje de humor desde el que la cineasta debutante destensa un ambiente podría ser con facilidad atenazador. Lejos de ello, Bahadur the Brave se alza como una obra que, sin necesidad de acudir expresamente al comentario socio-político —al fin y al cabo, todo queda dilucidado en el trayecto emprendido por ambos personajes y las dificultades con las que se irán topando—, sabe arrojar luz sobre una crónica donde todo es percibido con normalidad: una normalidad que, por desgracia, no debería ser tal, pero que recoge el devenir de individuos que intentan avanzar ante un panorama ya no sólo exigente con su propia realidad, sino también ante unas nuevas condiciones que pueden llegar a socavar ese esfuerzo diario, esa persistencia inagotable hasta en las situaciones menos propicias.
Bahadur the Brave emerge como un sincero homenaje que, representando una realidad de lo más dura, equilibra la balanza dirimiendo la amargura que se podría sustraer de dicho contexto empleando una comicidad no solo idónea, además necesaria, casi inevitable; la cineasta india huye así de cualquier clase de tremendismo, buscando equilibrar las aristas del relato mediante la respuesta de personajes que, conscientes de sus errores, optan por infundir un ánimo que quizá no enmiende la situación pero bien merece una sonrisa.
La debutante halla de este modo optimismo donde no lo hay, infunde humanidad en un marco reticente a todo lo que se pueda derivar de dicha palabra, y encuentra energía ante una circunstancia en la que lo más normal sería rendirse. Todo ello retratado de la forma más elemental posible, sin estridencias, con una naturalidad que incluso convierte los recursos más simples en el modo ideal para insuflar vida a aquellos que parecían no tenerla, y que entre su osadía o su ingenio encontraron un camino que se asimila desde la mirada de Diwa Shah con un respeto y ternura que no siempre atraviesan la pantalla con esa facilidad.
Larga vida a la nueva carne.