En estos tiempos apocalípticos, el miedo que crece hacia lo externo se abre paso por una doble vía. Por una parte, la permanente lucha contra esa globalización capitalista que homogeneiza pueblos, ciudades, países o seres humanos. Por otra, el racismo, la cerrazón ante el diferente, especialmente si es pobre.
Bacurau es la nueva película del director brasileño Kleber Mendonça Filho (esta vez firmada junto a un co-director, Juliano Dornelles). Después de la aclamada y multi-premiada Aquarius, este nuevo film fue presentado en el pasado festival de Cannes, donde ganó el Premio del Jurado ex-aequo junto a Les misérables.
En Bacurau, Mendonça Filho cambia de registro sin abandonar los elementos de fondo que orbitaban en Aquarius. Mantiene a la actriz principal, Sonia Braga, esta vez en un papel más secundario, y la idea de una amenaza externa, distópica y sin escrúpulos, que busca alterar el orden establecido en una comunidad. El pueblo que da nombre al film no es más que un conjunto de casas en un rincón aislado de Brasil, y sin embargo, cuenta con una sociedad fuertemente arraigada, orgullosa de sus costumbres y su cotidianeidad. Ese cierto orden se ve amenazado en este caso por un grupo de pistoleros, estadounidenses y europeos, que tienen como objetivo asesinar a los habitantes del pueblo en un juego macabro, patrocinado por el alcalde local.
En una de las escenas del film, los pistoleros se ríen de sus compañeros, unos brasileños, por considerarse a sí mismos de raza blanca. El juego estilístico que los directores proponen bebe de tantas fuentes como el mestizaje tan propio del país sudamericano: se oyen muchos ecos del ‹spaghetti western›, con su violencia y su sangre a chorros, pero también del realismo mágico y surrealismo, e incluso del tan olvidado ‹cinema novo› brasileño. Ese mestizaje hace de Bacurau una ‹rara avis›, un film psicotrópico y al mismo tiempo tremendamente sereno, una comedia violenta y una alegoría política, un experimento cinematográfico y un ejercicio puro de estilo.
Durante su primera mitad, la película tiene ese punto de tiempo y espacio congelados que vimos en otras propuestas como Lazzaro felice. El entierro con el que se abre el film, el suelo sin asfaltar del pueblo, el rostro de la comunidad orgullosa, la música popular y los anuncios de prostitución y celebrities de medio pelo parecen una actualización de algunos films de Fellini. Con la aparición de los estadounidenses, la película toma sin embargo otros derroteros, mucho más políticos y quizás menos disfrutables. La alusión a las nuevas derechas reaccionarias del continente americano (Trump y Bolsonaro) es muy clara, en la presencia de extranjeros obsesionados con las armas y un alcalde que descarga libros en el suelo con un camión (mención quizás a la eliminación del ministerio de cultura por parte de Bolsonaro).
Más allá de juegos políticos, Bacurau es un thriller pausado, un western-feijoada al que hay que entrar con la mente abierta, como si fuera un viaje de ácido. Su mensaje, el de la comunidad que se mira a los ojos, toma el control y decide proteger su identidad, toma fuerza en un momento en el que la globalización se acaba, los peligros acechan, todo se viene abajo y es nuestra vecina, nuestro librero, nuestra enfermera o el cajero del súper los que están más cerca para salvarnos.