Dicen que madre no hay más que una, pero a Juanma Bajo Ulloa esa premisa se le queda corta. Siendo la maternidad uno de los pilares más fortalecidos en sus esporádicos encuentros con el drama, el director se ha dejado llevar por eso que bien conoce para experimentar sobre sus propios cimientos.
No olvidamos La madre muerta, donde ya uno de sus personajes principales obviaba el lenguaje verbal para narrar su propia historia, ligada permanentemente a su figura materna (o ausencia de ella). Sólo un pequeño paso en el que inspirar Baby, a medio camino entre lo bucólico y lo infernal, donde el director prescinde por completo (ahora sí) de las palabras para expresar todo aquello que nubla su mente.
Baby es un cuento, esconde incluso una moraleja (muy rebuscada e incómoda), pero no pierde ocasión de involucrar la actualidad para que nadie pueda acusarle de haber creado algo ya caduco antes de comenzar. Un cuento moderno, pues, donde los hombres no llegan ni a anécdota, apoyando su relato por completo a las madres, hijas y conocidas que se bastan para ensalzar la belleza y negrura de las relaciones personales. Bueno, salvo el detalle de usar a Nick Drake como eje para la vida y la muerte, la única voz que destaca mínimamente por fuerza mayor.
El director intercala a cada momento, a modo de fábula realista, la interacción entre insectos y pequeños animales que nos descubren los movimientos que mimetizamos como mujeres en nuestro día a día. Son pequeños detalles en los que fijarse dentro de ese gran escenario en el que se convierte la película. Todo está repleto de detalles, con una espectacular fotografía en la que encuadra sin embargo personajes arquetípicos dignos de cualquier cuento que se precie. Entre hermosos bosques y decadentes mansiones encontramos la ojiplática mirada de su protagonista, ajena a los tics del cine mudo, pero imperiosa a la hora de plasmar su desazón e intriga derivada de una aparente mala vida.
Porque son pinceladas, sin embargo, las que convierten a estas mujeres en algo más que heroínas y villanas que adornan la pantalla. Hay una narración anexionada a este relato de lobos y corderos que nos traslada cierta intriga por conocer lo que esconden las personalidades de cada una de esas mujeres que encontramos en la película. Puede que sea más curiosidad o antojo que una verdadera necesidad, ya que sus características las encierran dentro de sus roles y no las van a dejar escapar.
Pero es quizá ese concepto raro e impropio de madre que analiza Juanma Bajo Ulloa lo que ahoga a Baby hasta alcanzar el estado vegetativo. Si la demora es necesaria para el transcurso de sus triquiñuelas, acaba agotando sus recursos, y la pericia de sus imágenes se queda vacía de contenido. Sigue siendo todo tremendamente bello y a la vez feroz y horripilante, pero no permite que nos volvamos unos adictos que necesiten más de estos personajes. El problema de salir por la tangente.
Baby es sorprendente y recelosa, pero se mimetiza a la perfección con todas las vueltas que ha dado durante años su director, el padre de todo esto, como si todavía tuviese mucho que decir sobre pies, espacios y mutismo. Como si conocer en la distancia a las madres y no poder serlo propiamente fuese un hecho insoportable para él, un hueco que necesite rellenar de algún modo con ese lenguaje corporal y expresivo al que se aferra en Baby. Aunque esto sea hablar por hablar, y quede fuera de lugar ante una película aparentemente muda.