De entre este pequeño colectivo de producciones latinoamericanas que recientemente han ido llegando a nuestras salas (a saber, Pelo malo, Una noche y el mismo título del que ahora hablamos) Azul y no tan rosa se presenta como la menos lograda de todas ellas. Mientras que los trabajos de Lucy Mulloy y Mariana Rondón desprendían evidentes rasgos autorales (dando por supuesta la clara superioridad del trabajo de Rondón), esta coproducción hispanoamericana con la que el debutante Miguel Ferrari logró su primer galardón en el último festival de los Goya destaca por su falta de personalidad, su apego a fórmulas tópicas y especialmente por su exagerado posicionamiento naif respecto a la tesis planteada. Podríamos decir que se trata de una producción abiertamente ansiosa por copiar el estilo narrativo hollywoodiense más elemental, logrando resultados únicamente equiparables a las películas más mediocres del cine estadounidense. O dicho otro modo, cualquier película proveniente del terreno norteamericano consigue, por floja que sea, un acabado mucho más completo y competente que el del título que nos ocupa.
Pues el trabajo de Ferrari resulta insatisfactorio tanto en el aspecto formal como en el de fondo. Respecto a lo primero, nos encontramos ante un tipo de narrativa que se esfuerza innecesariamente en destacar, ofreciéndonos constantemente ineficaces entrecruzamientos de secuencias mediante los cuales el director intenta evidenciar su presencia. Como si la intención fuera ante todo una especie de reivindicación de talento, tratando de lograr una suerte de correlación entre métodos y mensaje, pero consiguiendo únicamente un innecesario exhibicionismo formal. Por lo que respecta al fondo, lo que acabamos contemplando es una insulsa fábula de buenos y malos poco interesada en descubrir el origen de la discriminación supuestamente denunciada, dando por hecho la moral (buena o mala) del carácter de las acciones de cada personaje. Del mismo modo, la (supuesta) evolución de los protagonistas se da más por necesidad del argumento que por hechos que pudieran parecer veraces, pues el camino que todos ellos recorren no contiene secuencia alguna que nos permita observar ningún tipo de cambio en su personalidad.
Para ser justos, cabe decir que Azul y no tan rosa es un trabajo cargado de buenas intenciones, deseoso de contribuir en una necesaria unificación de posiciones sociales y en la supresión de prejuicios respecto a orientaciones sexuales y también en la identificación personal en el género por parte del ser humano (en pocas palabras, el trabestismo). Pero lo hace mediante la repetición de una historia ya contada millones de veces y a menudo mucho mejor, sin ofrecer nada nuevo ni en las formas ni en el discurso. Lo que convierte esta película en una pequeña anécdota fácilmente olvidable por aquellos que compartan su posición ideológica y aun más fácilmente discutible por aquellos contrarios a su tesis. Con lo que tenemos un trabajo que ni entretiene ni convence, pues únicamente expone un punto de vista con muy poca eficacia y confiando demasiado en las buenas intenciones de sus espectadores. Y dicho sea de paso, el hecho de que un producto como este sea galardonado en el (supuestamente) mayor certamen de cine de nuestro país nos da una pista importante sobre las razones de su mala salud.