Existe en la actualidad una imagen bucólica y soñadora de lo que es realmente la maternidad, el constante bombardeo que llega desde madres ‹influencers› que transforman en pornografía su felicidad supina nos podría hacer pensar que esa unión madre-bebé es eterna y preciosista. Pero no subestimemos la cara oculta de la luna, esa intensa aproximación a lo social que algunos directores de cine disfrutan mostrando, nos ofrecen una imagen que refleja una realidad, y no me refiero a madres que no se sienten como tal o que no pueden arropar a sus hijos con filtros de Instagram, se trata de visibilizar la miseria con ese mismo gusto por lo bucólico llevado al más puro feísmo para contar una historia impactante. Son visiones paralelas con un mismo resultado: generar la instantánea impactante que se aposente en el recuerdo, para bien o para mal, quedando siempre por encima del poso de su historia.
Hablamos de una ficción, hablamos de Ayka, una película en la que la cámara se mantiene pegada en todo momento a su protagonista, uno de esos desgarradores relatos en los que intensificar la figura de una mujer superviviente. No es casualidad que Samal Yeslyamova consiguiera destacar como mejor actriz por este papel en Cannes, porque se vuelca por completo en el sufrimiento de su personaje al nivel de acompasar el desgaste vital que padece. Su director no deja espacio para la reflexión, nos bombardea constantemente con las pequeñas desgracias que intenta solventar su Ayka, una inmigrante kazaja instalada en un Moscú hostil que no concibe la opción de acción-reacción.
Para ello la película parte de cotas altísimas de intensidad, recreando el abandono de la mujer al bebé que acaba de tener en la maternidad. Una huida que Dvortsevoy matiza con el blanco de una ola de frío que viste las calles de Moscú, creando un triángulo que va conformando los conceptos que quiere desarrollar: está la hostilidad, recreada con la frialdad con la que trata el pueblo moscovita a la joven y las calles nevadas en constante proceso de limpieza; está la calidez humana, enfocada en todas las marcas que va dejando en el cuerpo de la joven la reciente maternidad, ya sea por un sangrado incesante, los sudores que contrastan con el temporal que viven en la ciudad y la necesidad de vaciarse de leche ante la falta de un niño que se amamante; por último el dinero, que no conoce territorios ni raza, y que mantiene activa en todo momento a Ayka para que, pese a pasarnos pegados a su chepa durante todo el metraje, podamos dar forma a sus circunstancias. Aunque aparentemente no suceda gran cosa, el movimiento es constante y no da lugar a la reflexión, entrando así en un bucle en el que ese triángulo descrito se convierte prácticamente en paranoia e incide en recordarnos los vínculos maternales que no tiene tiempo de desarrollar ella, preparando a su modo un desenlace motivador para esta rebeldía contra la angustia.
A Sergei Dvortsevoy se le nota a primera vista dos de sus perspectivas inamovibles. Sin duda es hijo y padre de documentales, ya no es algo que afecte a simple vista —la cámara no encuentra un punto de apoyo en toda la película al estar todo rodado a pulso—, parece centrarse con energía en esa percepción social que arrebata protagonismo a la pureza del drama que quiere construir, sin restarle por ello importancia. Su otro parapeto es su imposibilidad de ser madre —acepto que es una apreciación un tanto rocambolesca—, algo que se aprecia positivamente durante todo el film, hasta que decide que su historia cierre un círculo y esa naturaleza de la que carece el hombre se haga patente para favorecer el discurso. Es un detalle, un pequeño tecnicismo que personalmente hace que me tambalee la verdadera intención de Ayka y de la presión a la que se somete su protagonista.
Ayka juega en la liga del cine social más crudo e inquisitivo, con una historia decidida y condicionante apoyada en el frío físico y argumental, que busca en todo momento un poco de humanidad en la que sostener tanta fatiga, por lo que implica una gran devoción por parte del espectador. Pero todo hay que decirlo, la película encantará a los acérrimos a la realidad más desesperanzadora.