En esta cinta la personalidad de un individuo se expone sin llegar a revelar en detalle la razón de su comportamiento, como si se tratase de un enigma incluso para el mismo realizador, y es que la representación tiene una verosimilitud que difícilmente corresponde a la ignorancia o a la improvisación, más bien pareciese que hay algo que escapa, una pieza del puzle que se ha perdido o que permanece oculta.
En resumen, nuestro protagonista, Julius, es un mitómano y esto se conoce desde el inicio del relato; Julius tiene una gran capacidad para plantear relatos verosímiles sobre hechos no acontecidos, y el acto de mentir llega a ser una parte tan importante de su cotidianidad que prácticamente crea una doble vida en la que él mismo parece creerse sus mentiras. Y si bien hay una intencionalidad en el personaje, esta es difícil de medir, pues por momentos se antoja alguien incapaz de controlar sus arrebatos. La respuesta más obvia a su problema es quizás su precaria condición laboral, que justifica hasta el punto de tener que presentarse frente a sus amigos y novia como un individuo con una profesión soñada; pero la cosa no termina ahí, la mitomanía persiste de manera injustificada y desproporcionada hasta el punto de rayar en el delito; sus juegos, más que mejorar su vida, lo terminan poniendo en peligro, y así su actitud deviene adicción.
En cuanto a lo formal, lo especial en la narrativa es el desarrollo de los planos fijos en los que los protagonistas desenvuelven sus discusiones o acciones de manera dilatada dando espacio a Julius para exhibir su carácter. Además de ello, es curiosa la aparición del título en la segunda parte de la cinta tras un percance médico que parece dividir la historia en dos, planteando una degeneración más marcada del problema de Julius. Más allá de las dudas sobre el origen de la mitomanía del protagonista, la cinta intenta conectar esta condición con alguna suerte de defensa a la post verdad, ya que entretanto se produce un debate respecto a la validez de las distintas creencias, más concretamente la fe en el cristianismo que aún profesan algunos, y de manera indirecta dicho debate se relaciona con la experiencia de Julius, como si su proyecto de auto-alienación tuviese validez en el entendimiento de que a lo largo de la historia los seres humanos han sostenido diversas creencias variables que se adecuan a la necesidad de cada persona, reflexión interesante que habría valido la pena profundizar porque se siente un poco dispersa entre los distintos momentos.
Al final se puede decir que se llega a desarrollar cierta tolerancia con respecto a las historias de Julius, porque algún personaje que identifica su tendencia lo valora a conciencia más allá de sus recurrentes engaños; y hay aquí de nuevo un planteamiento interesante al respecto de lo que conocemos y creemos conocer de los demás, de esas mentiras que nos tragamos a veces, o esas verdades en las que evitamos profundizar ya sea porque enriquecen a la persona, o porque deseamos ser cómplices de sus defectos y mantenerlos ocultos ya que no nos incomodan lo necesario como para tener que romper con los vínculos. Así, Axiom termina por ser un estudio de carácter interesante que invita a reflexionar sobre una u otra cuestión sin llegar a resolver de manera definitiva ningún dilema, pero sí planteando algún que otro interrogante. Quizás la representación o el origen de la condición de Julius permanezcan siempre como una incógnita, pero los puntos de vista sobre el trato de este tipo de “enfermedades” o conductas se renueven y encuentren un camino más saludable.