Rodada en el año 1986 como trabajo de fin de carrera del cineasta israelí Rafi Bukai, Avanti popolo se convertiría tras su estreno en salas comerciales en una película de culto, sin duda una de las obras emblemáticas de la cinematografía originaria de Israel. Su paso por el Festival de Locarno no pasó inadvertido puesto que se alzó con el Golden Leopard’s Eye en el certamen celebrado ese mismo año. Asimismo en 2016 el Festival de Berlín repuso la película en su sección Berlinale Classics aprovechando la restauración de la misma efectuada por la filmoteca de Jerusalén con objeto de celebrar el treinta aniversario desde su producción.
Ciertamente nos encontramos ante una caja de sorpresas. Por un lado esta es una obra de su tiempo, puesto que es fácil adivinar los tics propios del cine representativo de los años ochenta. Un cine tosco a nivel formal, adornado por una banda sonora de melodías techno poco elaborada y por tanto ideal para exprimir el cerebro, una puesta en escena muy recargada hilvanada a través de unas interpretaciones de talante histrión y finalmente un cine dotado de un ritmo muy acelerado y nervioso, hecho este potenciado por el empleo de una cámara en permanente movimiento que no queda quieta en ningún momento. Puntos todos estos que podrían hacer pensar que Avanti popolo es la típica cinta que termina naufragando en un mar de ideas sin sentido que persiguen hipnotizar al espectador con una historia tramposa que mezcla el entretenimiento con una superficial denuncia en contra de la guerra.
Pero por otro lado, Rafi Bukai supo trascender los elementos frívolos que la cinta contiene, tejiendo un extraño conglomerado que emerge como una poderosa sátira antibelicista cargada de mala leche e interesantes intenciones críticas en contra de cada uno de los actores que combatieron en la Guerra de los Seis Días, como sobre todo del papel ejercitado tanto por las Naciones Unidas como por el sensacionalismo sangrante de los medios de comunicación internacionales, unos periodistas que trataban únicamente de lanzar cápsulas impactantes embutidas con mentiras y falsedades con la única intención de vender putrefacción, sin importar en absoluto el perfil humano de una guerra sin sentido —como todas— que azotó el avispero de Oriente Medio con un derramamiento de sangre caído en saco roto.
Y precisamente éste, el perfil humanista presente en un infierno en la tierra, es el elemento diferenciador que termina convirtiendo a la película en una joya de la comedia negra, quizás un antecedente claro de la premiada En tierra de nadie, otra cinta que torcía los vértices bélicos derivando los mismos hacia una integral del absurdo surrealista que engloba todo conflicto humano. De este modo, nos situamos en el 11 de junio de 1967, el día siguiente del fin de la Guerra de los Seis Días librada entre el Estado de Israel y una alianza de países árabes liderados por Egipto y Jordania. La historia arranca mostrando a una patrulla de cuatro soldados egipcios perdidos en el desierto, derrotados por la superioridad tecnológica hebrea. En medio de una paz inestable, el teniente de este grupo instará a sus subordinados a emboscar a un destacamento israelí que se halla descansando entre las dunas del desierto. Sin embargo, Gassan y Haled, dos soldados hastiados de la guerra, reprenderán a su superior, matándolo accidentalmente. Este suceso les instará a emprender un viaje en solitario por las dunas del desierto del Sinaí con el objetivo de llegar al Canal de Suez para así regresar a su país junto a sus familias.
Partiendo hacia un desesperado viaje, sin comida ni bebida que llevarse a la boca, los dos soldados chocarán sus destinos con toda una gama de variopintos personajes de diferente pelaje —desde policías militares hebreos más interesados en el esparcimiento que en mantener la estabilidad de un frágil alto el fuego, pasando por periodistas británicos ansiosos por distorsionar las noticias hacia una esfera interesada, tocando igualmente el cadáver de un soldado sueco integrante de los casos azules fiel figura del inmovilismo internacional trazado a través de una metáfora tan divertida como inquietante o finalmente una batería israelí con órdenes de no hacer prisioneros y que por tanto abandonará a su suerte a esta extraña pareja de huidos con tal de no tener que ofrecerles manutención—que convertirán esta singular odisea en una especie de fábula surrealista donde el humor negro brotado de situaciones dantescas difícilmente asimilables por una mente racional se mezclará sin ningún tipo de rubor con la crueldad y la mala ventura inherente a las fauces de una bestia despiadada como resulta la guerra.
En este sentido cabe reseñar algunas escenas rebosantes de ironía, como la del encuentro de los dos fugados con ese jeep en medio de un pequeño refugio en el que se halla el cadáver de un soldado sueco de los cascos azules. Un soldado estático, testigo silencioso del magnicidio a gran escala sin tomar partido ni arreglar el entuerto. Sí, no puede actuar porque está muerto, pero al igual que los dictados y mandamientos de un organismo internacional al que pertenece incapaz de resolver problemas, sino generador de los mismos. En este mismo vector, llama la atención la sublime denuncia irradiada alrededor del papel desestabilizador de unos medios de comunicación que deforman la realidad según les interesa con la única intención de lanzar mierda sin ningún tipo de contraste, únicamente buscando ser los primeros en presentar historias que conmocionen al público y al mismo tiempo facilite un lavado de conciencia a sus ciudadanos al hacerlos pensar durante solo un instante acerca de las miserias que azotan al mundo sitas bien lejos de la tranquilidad que ampara las sociedades occidentales, legando así una parábola de ese buen samaritano que no hace nada pero cuya mente está con los que sufren al menos durante un segundo de su vida.
Asimismo la cinta pretende mostrar la dicotomía existente entre los actores en conflicto, otorgando el protagonismo a dos soldados egipcios de temperamento radicalmente divergente. Gassan de religión musulmana, árabe, beligerante, contestatario y Haled de religión judía, sumiso, desconfiado y sumido en una profunda esquizofrenia por el hecho de luchar bajo la bandera de su patria en contra de soldados que profesan sus mismas creencias religiosas. Un Haled que surgirá como el elemento clave de una epopeya pintada con broches kafkianos merced a un final que derrochará ese disparate y sinrazón que castiga con el martirio a esos inocentes que han sido llamados al frente sin consentimiento previo bajo amenaza de traición a la bandera.
Por lo tanto Avanti popolo se eleva como una sátira corrosiva, un dulce muy amargo condimentado con unos ingredientes repletos de surrealismo y transgresión que moldean lo que podría haber sido la típica comedia descerebrada hacia unos parajes más próximos al delirio que vertebra la condición humana. Sin duda una película muy interesante, a la vez que desconocida para el gran público, que merece un mayor reconocimiento, puesto que la valentía con la que el novato Rafi Bukai firmó su trabajo de graduación debe ser premiada con un aplauso fuerte y sincero. El que acompaña a esas manifestaciones que no se conforman con seguir la línea fácil que asegura el éxito, sino que tratan de alcanzar esos parajes no siempre aptos para todos los públicos.
Todo modo de amor al cine.