Nadie es profeta en su tierra. Esta frase tan socorrida se ajusta a la perfección a la valoración que ha sufrido la recientemente estrenada Autómata. Y es que un axioma que se ha repetido como una rutina mecánica desde tiempos inmemoriales ha vuelto a ocurrir: la depreciación por parte del público y la crítica patria de los productos cinematográficos adscritos al cine de género que llevan insertado el sello made in Spain en su denominación de origen. Pese al elevado puesto que la cult movie española conserva en las filiaciones cinéfilas internacionales, en nuestro país sale muy barato minusvalorar unos productos fabricados con una pasión por el cine y talento que suplen a la perfección la falta de una escuela capaz de transmitir a sus posibles alumnos toda la sapiencia horneada al amparo de los grandes autores y artesanos del género de la ciencia ficción. Así nombres como los de Juan Piquer Simón, Armando de Ossorio, Jacinto Molina (Aka Paul Naschy), José Luis Merino, Joaquín Luis Romero Marchent o Eugenio Martín gozan de mayor renombre y respeto en países como Estados Unidos o Francia que en su tierra natal.
Esto ha vuelto a ocurrir con la película de scifi futurista realizada por Gabe Ibáñez. Las críticas encarnizadas vertidas sobre la misma tras los pases ofrecidos en los festivales de Sitges y San Sebastián enterraron cualquier posibilidad de éxito comercial, espantando al público objetivo de la cinta que no es otro que esa inmensa masa de cultivadores del género fantástico cada vez más extensa a lo largo del globo terráqueo. Cierto es que el film osa emprender una propuesta ciertamente arriesgada al tomar prestadas como referencias muy claras algunas de las cintas más emblemáticas del género al que pertenece. Son cristalinos los influjos de obras como Blade Runner, Mad Max, Yo, Robot, Inteligencia artificial o la seminal Planeta Prohibido en el embalaje externo y conceptual planteado por Ibáñez. Pero de la obra sobresale un punto que me fascina gracias a la valentía mostrada por el director madrileño: su total ausencia de miedo a la inmolación frente a los talibanes de estas obras a sabiendas de la blasfemia que supone mezclar en el argumento trazado todo un complejo batiburrillo de herencias distópicas que, como ha sido el caso, han excitado los resortes innatos del cinéfilo para lanzar improperios a diestro y siniestro con tal de defender de forma irracional a sus ídolos de adoración.
Y es que para un servidor al autor de Hierro no le preocupa para nada esbozar una película de tintes filosofales con objeto de trascender los límites del mero entretenimiento al más puro estilo de Andrei Tarkovsky. No, este no es el objetivo de Autómata ya que la cinta se queda coja en su derivada filosofal, siendo ésta demasiado pobre en su desarrollo como para poder aguantar comparaciones con las películas más trabajadas en este farragoso terreno. Porque las principales bondades de la cinta descansan en su total falta de complejos para elaborar una película que bebe de la siempre fascinante serie B europea, partiendo de los mimbres de las superproducciones estadounidenses, para lograr cincelar una criatura que lejos de ser un Frankenstein sin conciencia termina resultando un ente con estilo y temperamento propio que combina con acierto los paradigmas ideados por Isaac Asimov con la fuerza visual, el vigor y la carencia de prejuicios éticos emanados del «spaghetti western».
Porque Autómata, pese a su perfecto engranaje visual y a esos estupendos efectos especiales que nada tienen que envidiar a los ideados por los especialistas responsables del diseño de los robots de la americana Yo, robot de Proyas, es en realidad un western al estilo de los hermanos Marchent. Puedo entender pues el fracaso de taquilla cosechado si es que los encargados de promocionar la cinta concentraron sus esfuerzos en resaltar los aspectos puramente sci-fi que posee el film. Grave error. Por favor, si a usted le interesan las historias fatalistas que ponen el dedo en la llaga sobre el carácter autodestructivo que posee el ser humano para la supervivencia de este planeta, o le gustan las tramas que descansan sobre los delgados límites que separan a los dogmas de la robótica del pensamiento puramente humano y por tanto los peligros que la violación de estas sencillas reglas programadas en el software de los hombres edificados a base de acero y microchips pueden acarrean en nuestra existencia… huyan de Autómata. No, no son los ejes de la razón y la conciencia las principales bondades de una película que simplemente se apoya en su credo para tejer su vestido.
Puesto que Autómata es una cinta ciertamente disfrutable si es vista sin prejuicios ni complejos, meramente como un vehículo de puro entretenimiento a pesar de las lagunas que existen en el guión y la alarmante falta de ejes de conexión de los múltiples vértices que golpean el desarrollo de la trama, su singular ponencia escénica así como esa fuerza que exalta un carácter irracional, a veces surrealista, afloran como un cimiento de rocosa estructura suficiente para colmar de fascinación y diversión a un público que presenta en su ideario como nombres de referencia más a Mario Bava, Sergio Corbucci o Armando de Ossorio que a Stanley Kubrick, Ridley Scott o Fritz Lang. Y esto no es un demérito en cuanto a valoración cinéfila. Porque se puede amar al séptimo arte tanto adorando cintas de elevada carga de profundidad interna como también desde propuestas más desenfadadas e igualmente atractivas, más adscritas por tanto a ese cine de género de fábrica, que no de universidades, que tanto nos ha hecho disfrutar a los que nos fascina la serie B o incluso la Z.
Porque para deleitarse con el cine en su más profunda dimensión no basta con contemplar únicamente obras de autores incontestables perfectamente acabadas en su armazón, sino que del mismo modo también podemos recrearnos en el más amplio sentido del término, con aquellas obras que toman prestados los aromas sibaritas de estos monumentos cinematográficos para deformar y torcer las moralejas religiosas adscritas en el tótem de partida, con el único objetivo de construir un artículo basado en el entretenimiento sin reposar en complejos rompecabezas que recuerdan a ese cine desprendido, admirable y fabricante de nuevos amantes del cine que fue la serie B hispana y europea amanecida en los albores de los años sesenta y setenta. Por tanto, si eres un cultivador de las cult movies europeas de esta época… Autómata será tu película.
Todo modo de amor al cine.