El comienzo de la adolescencia suele ser un momento terrible para los familiares de quien protagoniza esa transición. Los cambios en el carácter y la personalidad son solo el principal reflejo de una etapa de la vida que suele marcar el devenir de esa persona. Si además, como sucede con Aurora, entre medias existen serios problemas académicos, la situación puede volverse casi imposible de resolver. “¿Qué hacer para comprender el carácter de una joven tan despreocupada por lo que le rodea, tan abrupta en sus contestaciones, tan poco proactiva?”, es lo que parecen preguntarse sus parientes, profesores, amigos y conocidos que la ven diariamente. Sin embargo, bajo esa fachada se esconde una adolescente con más corazón y cabeza de lo que muchos podían conocer.
En Aurora (Jamais contente) observamos la vida de esta protagonista después de repetir curso a los 13 años de edad. La directora francesa Emilie Deleuze adapta la novela homónima de Marie Desplechin (que también colabora en el guion) y nos esboza un film que intenta alejarse todo lo que puede del estereotipo sobre la adolescencia. Aunque es inevitable tocar las clásicas temáticas que rodean esta fase (primeros esbozos de un perfil profesional, relación con la familia, interés cultural, descubrimiento del amor…), la curiosa forma de ser de Aurora y el no menos llamativo perfil de su familia parecen invitar a presenciar un relato que puede arrojar otra perspectiva diferente sobre lo que sucede a esas edades.
Sin embargo, Aurora (Jamais contente) se va alejando de esa aparente pretensión inicial de edificar una película en base al contexto y se centra simplemente en la persona, en su protagonista. La presencia de Aurora acompaña cada escena hasta el punto de que desde el otro lado de la pantalla se pueden anticipar sus reacciones, cosa que a priori parecía difícil dado el peculiar carácter de la chica. Con ello, el film va decayendo en interés y ni siquiera las situaciones cómicas que lo tenían todo para rematar en espléndidos gags, como la del anuncio de boda, terminan por resultar del todo convincentes. Respecto a los personajes secundarios, el esfuerzo para dotar de una especial relevancia a algunos de ellos (como el profesor de lengua) consigue un verdadero rédito en el desarrollo de la trama, pero la tónica general es la de rehuir toda construcción personal que no tenga por claro objetivo avanzar en el relato de la protagonista. Así, de los familiares de Aurora se nos ofrecen solo unas breves pinceladas que, conectadas con lo que comentábamos sobre las escenas de humor, provocan que la obra de Deleuze no encuentre su círculo de comodidad.
Pero volviendo al núcleo de Aurora (Jamais contente), es necesario reconocerle a Deleuze que el cuadro completo de la protagonista sí goza del color necesario para comprender e incluso empatizar con Aurora, no llegando esta a cruzar la frontera que lleva hacia la irritabilidad. Ahí es donde verdaderamente se nota que la cineasta ha apostado por un modelo de adolescente no tradicional pero (o quizá por eso mismo) creíble. La joven protagonista deja secuencias propias que por momentos hacen odiar a aquellos que transcurren por la edad del pavo, pero su evolución a lo largo de la película encaja perfectamente con ese comportamiento. Dicho de otra manera, Aurora no se comporta así por una especie de fuerza interior que le lleva a reflejar la estupidez supina de un adolescente, sino porque su mente no encuentra motivación alguna en su entorno. Cuando encuentra este estímulo a través de la cultura, el puzle de su personalidad desvela las piezas que lo componen, aunque la tarea de encajarlas no sea tan sesuda como para conformar un gratificante conjunto.