Una grabación realizada con el móvil entre dos amigos es el punto de inicio de Aunque es de noche, cortometraje dirigido por Guillermo García López que compitió en la pasada edición del Festival de Cannes por la Palma de oro en su categoría. Un gesto en cuya intencionalidad residen los cimientos de una pieza que tiene lugar en la Cañada Real, uno de los asentamientos ilegales más grandes de Europa donde el cineasta sigue a Toni y su amigo Nasser, dos menores de edad que pasan las horas trasteando el móvil del segundo en busca de una vía de esparcimiento.
Así, el particular paraje que supone ese asentamiento, pasa por los filtros del aparato telefónico, disponiendo una nueva perspectiva, una distorsión de la realidad que cambia los espacios agrestes, llenos de chatarra y de viviendas claramente degradadas por el paso del tiempo, por colores vivaces e irreales que proponen una visión distinta, como si en ella se pudieran divisar futuros próximos o, cuanto menos, paralelos, desde los que dejar a un lado esa existencia de la que escapar; algo que Toni verá como una opción cuando Nasser le comunique que en breve se irá a Francia para no volver.
Ello, será deslizado por el protagonista a la luz de una hoguera mientras la matriarca cuenta historias de otros tiempos que bien podrían enlazar con esa vertiente fabuladora, casi ilusoria, que García López dibuja en su cortometraje con gestos aparentemente insignificantes que, sin embargo, dotan de otro cariz a un relato que aboga por un imaginario conectado con aquello ajeno a los lugares por los que transita —algo que ya sucedía en la notable A ciambra de Jonas Carpignano, aunque imbuido en aquella ocasión desde un acertado realismo mágico—.
Aunque sea de noche comprende esa filtración como una forma de permear un tono que fácilmente se podría sumir en la realidad en la que viven ambos personajes. Pero el cineasta añade matices a cada momento, como esos pájaros sobrevolando y coloreando el cielo en plena noche, como si de un mero reflejo se tratara. De ese modo, el móvil se vislumbrará no solo como una herramienta para (posiblemente) comunicarse con la partida de Nasser, asimismo como el modo de modificar un periplo que, si bien no parece incómodo para ambos, se antoja distinto, y otorga una consciencia que Guillermo García López afina con sutiles guiños a un Panahi cuya figura se podría percibir de forma tenue si no fuese por la identidad de una obra que nos descubre a un autor con una prominente voz propia al que esperamos seguir vislumbrando en un futuro.
Larga vida a la nueva carne.