Aún estoy aquí (Walter Salles)

Memoria sin imágenes

Esta semana llega a nuestras salas la nueva película de Walter Salles, Aún estoy aquí, basada en la novela homónima de Marcelo Rubens Paiva, candidata a Mejor Película Internacional en los próximos Oscar y aspirante a nuevo fenómeno cinéfilo (¿aunque qué película no aspira a serlo hoy en día?). El filme, heredero de la etapa política vivida en Brasil estos últimos años, parece intentar remediar la amnesia histórico-política constatada durante el mandato de Jair Bolsonaro y, si bien sus motivaciones son loables y, cabe destacarlo, durante su tramo inicial, la película tiene un interés considerable, las estrategias para exponer inagotablemente su tesis son más bien cuestionables, siendo el resultado final francamente decepcionante.

En su primera parte, Aún estoy aquí se desenvuelve como un retrato familiar, en este caso, el de la familia del ex-diputado Rubens Paiva (Selton Mello), hilado con organicidad bajo una propuesta formal vívida y luminosa que, por momentos, es ensombrecida por su trasfondo histórico: la años de plomo de la dictadura militar brasileña. Durante este tramo de cinta, Salles logra equilibrar la formas de su retrato con las de su relato, es decir, capturar la idiosincrasia de la familia Paiva y, desde ahí, esbozar las características del contexto político represivo que, más adelante, marcará la vida de sus protagonistas. De esta manera, una vez la amenaza de la dictadura irrumpe de lleno en el filme, la luz de los primeros minutos desaparece y Salles deja que la oscuridad invada completamente sus imágenes. En este sentido, la evolución de la película en términos lumínicos supone una de sus decisiones formales más acertadas.

No obstante, en su segunda mitad, centrada más en la búsqueda por parte de Eunice Paiva (Fernanda Torres) del paradero de su marido, Aún estoy aquí descarrila por completo. Ya no solo porque se decante por subrayar sus principios políticos y convertirse en la enésima lección de historia de aplauso fácil, ni tampoco porque su desarrollo dramático sea tremendamente pobre y lacrimógeno (difícil ver una sola evolución de personaje trabajada), cayendo en todos los lugares comunes posibles (la escena de la muerte del perrito…), sino porque las estrategias ya advertidas al principio del texto mediante las cuales reivindica la memoria histórica de su pasado político son contradictorias con aquello a lo que pretende aludir. Un problema abundante en un cine del presente que, desgraciadamente, tiene calado en el público —ejemplos parecidos serían la también candidata al Oscar Argentina, 1985 (Santiago Mitre) o la más reciente El 47 (Marcel Barrena)—, y supedita las cualidades de las imágenes a la mera recreación histórica, priorizando una retórica verborreica, aleccionadora y superficial sobre el pasado.

Sin embargo, por más fotografías que Walter Salles pretenda reconstruir, el pasado es invocado en Aún estoy aquí como un objeto de usar y tirar, entendido solamente en términos materiales y culturales. Un medio que le sirve al cineasta para realizar una declaración y dejar las imágenes de lado. ¿Y qué valor tiene la memoria histórica si no hay imágenes que la respalden?

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