Cumplir años siempre suele ser sinónimo de alegría, en tanto que avanzamos un casillero más en el tablero de la vida. Sin embargo, el transcurso del tiempo va dejando secuelas cada vez más evidentes tanto en el aspecto mental como, sobre todo, el físico. Eso es lo que le sucede a una pareja de jubilados residente en Brooklyn y que cada día tiene que subir un buen puñado de escaleras hasta llegar a su domicilio, ante la ausencia de un elevador que les facilite la tarea. En Ático sin ascensor (5 flights up), el matrimonio formado por Alex y Ruth decide vender su antigua casa en pos de mudarse a un domicilio más adaptado a su capacidad física. Una decisión que conlleva dejar atrás todo un pasado de recuerdos acerca de su relación y de lo pura que era la vida durante su idílica juventud.
Richard Loncraine, director de las irregulares Firewall o Wimbledon, es quien se sitúa tras las cámaras en una obra que está mejor representada por sus dos actores protagonistas. Nada menos que Morgan Freeman y Diane Keaton, dos auténticos tiburones de la interpretación ante un proyecto que desde el comienzo se denota como light, un poco en la línea de los últimos trabajos en los que tan grandes actores han participado.
El buenrollismo que denotan las primeras escenas de la obra, con una BSO en exceso agradable, contrasta con la dosis dramática que se instala una vez que la mascota de la pareja, la perra Dorothy, sufre un contratiempo que requiere ser atendida por un veterinario. El meter a animales de por medio siempre es una cuestión problemática de cara a que la obra sea tomada en serio, ya que lo que se pretende con ello no es ni más ni menos que tocar la fibra sensible del espectador de una manera ajena al propio sentido de la película. Sin embargo, aquí tiene su explicación, ya que el declive físico de Dorothy no es sino la metáfora de lo que les sucede al matrimonio, con la diferencia de que hombre y mujer parecen negarse a aceptar su destino.
Lo que no casa tan bien con la línea general del relato son los flashbacks que se introducen para explicar los inicios de la relación que luego desembocaría en casamiento, un noviazgo que se denota demasiado acaramelado y ni siquiera el problema interracial está tratado de manera profunda. Por tanto, estas pausas en la narrativa se antojan innecesarias y bien se podrían haber tratado de otra manera, al estilo de por ejemplo la figura de la niña que parece omnipresente para Alex y que aportará la clave de cara a la decisión final que deberá tomar la pareja. A un servidor siempre le han resultado entrañables esta clase de personajes que sólo el protagonista de la obra parece ser capaz de ver, ya sea por mera casualidad (como sucede aquí) o por alguna situación paranormal, y lo cierto es que es un recurso bien llevado en Ático sin ascensor.
La película va perdiendo fuelle con el transcurso de los minutos, ya que la trama se enreda en situaciones absolutamente prescindibles (véase las excesivas menciones al terrorista, siempre a través del televisor) y otras se cierran de manera casi demencial (los agentes inmobiliarios no estarán muy satisfechos sobre su representación en el film). Las repetitivas escenas de la pareja revolviendo en la venta de su casa y la compra de otra sólo quedan salvadas por la notable vena actoral de los dos protagonistas, que sin realizar demasiados esfuerzos gozan de una agilidad tremenda para impulsar sus papeles.
En cualquier caso, Ático sin ascensor termina por constituirse como una obra ciertamente entretenida. Pese a no cumplir con lo que parecía prometer, la facilidad para empatizar con el dúo protagonista y lo atractivo de su mensaje palian la irregularidad del guión y deja un regusto más agradable que amargo, hasta el punto de que la hora y media de metraje se pasa volando.