Dentro de su fascinación por la Península Ibérica, Eugène Green se adentra en el mito vasco de Atarrabi para volver a aunar lo platónico con la mística cristiana. A partir de la salida de la caverna que también es el Infierno y descubrir el mundo terrenal y lo bueno que hay en él, Atarrabi, el hermano bueno huirá de las garras del diablo sin darse cuenta de que este le ha robado la sombra. Mikelats, el hermano malo, seguirá siendo pupilo del príncipe de las tinieblas, el cual le dará la inmortalidad pues su miedo a la muerte es tan intenso como ridículo, ya que tal y como se dice en la película: «la muerte es lo que hace al hombre».
Atarrabi y Mikelats sigue trabajando una forma que Green consagró desde sus inicios, siendo evidente en su construcción de espacios fragmentados que pasan a ser pedazos de la esencia total y tonal de las cosas filmadas, en la asimetría de la simetría que puede verse reflejada en los rostros de los dos hermanos, hijos de Mari, la diosa de la tierra (mientras el rostro de Atarrabi es simétrico, el de Mikelats no lo es). En muchos aspectos el cine de Green bebe de Bresson, pero en otros elabora un lenguaje único que poco a poco se convertirá en legado del cinematógrafo. La forma en la que el gesto dentro de una imagen estática se convierte en parte esencial de lo que él denomina su poética de la imagen se revela en Atarrabi y Mikelats como el resultado de una puja entre el bien y el mal que, siendo maniquea en un sentido visual (rojo-azul para las vestimentas, naturalismo-antinaturalismo expresado en los modos de actuar), se diluye conforme entran en juego otras capas y estratos como la pulsión narrativa y los cambios dentro de cada escena y/o secuencia. Conversaciones sobre la muerte, la fe y la servidumbre harán descubrir a Atarrabi que en el sacrificio se esconde el verdadero acto iluminador, el gesto mítico por antonomasia. El misterio de Dios y de la vida; Belleza, Bondad y Verdad no podrán arrojar luz a un ser sin sombra, aunque es posible que el aliento luminoso del Creador viaje por dentro de él… El miedo, la desesperación y la esperanza que se complementan para dar origen a una lectura contemporánea del mito que tiene sus momentos cómicos, tristes y sobre todo brillantes en un sentido de análisis formal hacen de Atarrabi y Mikelats un film tremendamente importante.
Si bien ambos hermanos son opuestos en sus decisiones y personalidades, también la manera de acercarse a ellos lo es. El cómo se enfoca a cada uno en una serie de planos contraplanos a diferente altura e iluminación es esclarecedor: un plano contrapicado e iluminado desde arriba para Atarrabi y un plano picado e iluminado desde abajo para Mikelats otorgan a cada uno un aire amigable y siniestro respectivamente. La iluminación en Green siempre revela los aspectos ocultos (y verdaderos) de las cosas. Según él, el signo ha de colocarse antes que el símbolo (de ahí la ausencia de un simbolismo absoluto y la existencia de una significación que se da por la presencia de los objetos, ya sean linternas, velas o relámpagos) ya que el segundo «desempeñó un papel determinante en varias tendencias de la expresión artística de finales del siglo XIX, y es siempre la manifestación de una voluntad intelectual y de un discurso racional, mientras que el signo es una presencia visible, natural, que deviene una epifanía del misterio del mundo». El misterio del mundo que desde sus orígenes mágicos se une a la tradición vasca cristiana y se manifiesta mediante la lengua. El euskera, que funciona como «la palabra que hace al hombre» (la de una lengua particular) es la lengua mítica de esta fábula fascinante que traslada el pasado al presente y viceversa. Una obra dividida en tres actos más un prólogo que supone una de las visiones más estimulantes del cine reciente.