Recuerdo del viaje a Amsterdam de hace unos años la estupefacción que me produjo negativamente el Van Gogh Museum. En él se exhibía primero su vida y después su obra. Se construía un relato sobre su muerte en lugar de dedicar una cuidada atención a, por ejemplo, su cuadro Almond Blossom (1998). En el anterior festival de Sitges acudí a la proyección de un despropósito, otra vez, contra su obra, una película de animación que reproducía las vivencias de Van Gogh como si hubieran estado pintadas por él, Loving Vincent (2017). La obra al servicio de la fábula.
En At Eternity’s Gate, Julian Schnabel reexplora porfin la obra pictórica de Van Gogh acercándose a la precisión de la película de Maurice Pialat realizada en el 1991. El director francés coescribe con Jean-Claude Carrière, el mítico guionista francés de películas como El discreto encanto de la burguesía (1972) o las últimas de Philippe Garrel, una pieza que pone el foco, como debe ser, en los pensamientos y las irracionalidades del impulso expresionista del pintor holandés.
Nos adentramos en su mente, en espacios íntimos, y podemos llegar a entender el porqué de su supuesta “locura”. Y exploramos, junto a él, su pintura de forma vivencial (la emoción de la caminata hacia el paisaje que será reinterpretado, o el de la pincelada) como intelectual (las conversaciones con personajes como Gauguin, que nunca llegan a ser profundas pero sí elegantes, lúcidas para cualquier público).
En ciertos momentos la película me abocaba mis vivencias personales. Cuando mi abuelo, Jaume Muxart, también pintor expresionista, se levanta por la mañana y nos comunica excitado que no ha dormido en toda la noche porque ha estado pensando su nuevo proyecto sin pegar ojo. Esta actitud impulsiva la veo retratada por Schnabel y por la inteligente interpretación de Willem Dafoe, llena de texturas, en cambio constante. El actor de Wisconsin, Van Gogh, coge el pincel y comenta que su pintura esta marcada por el trazo rápido agresivo. Me es familiar.
Carrière construye un guión que inteligentemente excluye estos gestos característicos de la vida del pintor como la oreja cortada y los representa después del acto, en su reflexión irracional. O interpreta su muerte de forma objetiva, ambigua, con cercanía, pero respeto.
A pesar de sus excesos formales, el director francés respeta muy dignamente el guión, acoplándole una cámara en constante movimiento, muy parecida a la de Maridos y mujeres de de Woody Allen y que filma en contrapicado, en picado y en diagonal el rostro de Vang Gogh y sus preocupaciones.
El pictorismo de la fotografía, del color de los campos rodados, reinterpretan sutilmente las atmósferas de sus pinturas y nos transportan hacia un final excelente: Van Gogh muerto en la tumba rodeado de sus cuadros y compradores que los observan para ser comprados. Se vende finalmente la obra y la vida de Van Gogh. El mito y su pintura, pues. El fruto que hoy recogemos: un pintor y un famoso.