De experiencia tan interesante como agotadora puede calificarse At Berkeley, documental de cuatro horas firmado por uno de los documentalistas norteamericanos más importantes de la generación de los 60, Frederick Wiseman (Boston, 1935), representante junto a D. A. Pennebaker y los hermanos Maysles de lo que los especialistas catalogaron como “cine directo” (Direct Cinema), un tipo de documental que intentaba reflejar la realidad sin tapujos ni añadidos, sin manipulaciones de montaje y sin que el realizador impusiera su opinión ni su punto de vista, buscando la pureza cinematográfica. Emparentados con el “cinema-verité” practicado por Jean Rouch o Johan van der Keuken en Europa, Wiseman y sus compañeros de viaje retrataron en sus films todos los cambios surgidos en Estados Unidos a partir del nombramiento de Nixon como presidente o la tragedia de la Guerra del Vietnam. En el caso de Wiseman, desde prácticamente su documental de debut, Titicut Follies (1963), se ha ocupado de retratar en sus films todo tipo de instituciones públicas norteamericanas (manicomios, institutos, comisarías, hospitales, juzgados, escuelas para discapacitados, centros de beneficencia), desvelando su funcionamiento, sus problemas o inquietudes, logrando así un completísimo retrato de la sociedad norteamericana a lo largo de todos estos años: «Podríamos decir que todo mi trabajo es una película de ochenta horas —explica Wiseman—, pues yo concibo mi obra como un solo bloque» (El Cultural. Sábado, 19 de abril de 2014).
Sin embargo, el trabajo como documentalista de Wiseman es mucho más amplio ya que ha realizado también algunos trabajos en Europa como La danse — Le ballet de l’Opéra de Paris (La danza — El ballet de la Ópera de París, 2009), film de más de dos horas y media de duración, en el que retrata la actividad del Ballet de la Opera de París.
En At Berkeley, las cámaras de Wiseman se adentran en esta ocasión en la universidad pública norteamericana, concretamente en La Universidad de Berkeley, California. Aunque en los últimos años el realizador se ha mostrado en desacuerdo con la catalogación de “cine directo” en relación a sus trabajos, lo cierto es que el documental evidencia una doble intención: captar la realidad tal y como es, sin manipulaciones, por un lado y por otro, conseguir una total ecuanimidad de voces y opiniones, sin decantarse por ninguna de ellas ni tomar partido por postura alguna.
Para conseguir el máximo realismo posible y mínimo grado de implicación, Wiseman rueda sin guión, voz en off, banda sonora, entrevistas, reconstrucción de sucesos o acontecimientos ni títulos explicativos. Esto no se traduce en un estilo descuidado y nervioso, sino muy al contrario nos encontramos con un film excelentemente fotografiado y narrado sin aspavientos, reposado y calmado, de una corrección insólita.
Para conseguir ambos objetivos (realismo y ecuanimidad), Wiseman filma largas conversaciones enmarcadas en variados escenarios (aulas, despachos, sala de profesores, laboratorio de investigación, talleres literarios, conferencias, escenario teatral, campus, etc.) en los que se abordan diversos temas (debates, clases con pocos alumnos, clases magistrales en el aula magna, reuniones sobre los problemas económicos de la Universidad o sobre el control de una huelga de estudiantes, etc.). El realizador busca con ello ofrecer una radiografía lo más completa posible sobre la Universidad Pública de Berkeley, considerada la segunda en excelencia después de la Harvard, y que opta —a diferencia de otras universidades— por la educación no elitista, al alcance de todos, sin tener en cuenta clase social, etnia o nivel económico.
Sin embargo, mantener este nivel de excelencia resulta cada vez más complicado debido a los recortes realizados por el gobierno de Obama, que se traducen en una subida de las tasas —lo que perjudica a los estudiantes más desfavorecidos económicamente— y el despido de un 20 % de profesores adjuntos. Un tanto por ciento importante del film se centra en largas conversaciones o discusiones en la que tanto el rector, el equipo directivo y el claustro de profesores debaten sobre los problemas surgidos a raíz de los recortes. Aunque Wiseman intenta que su documental no tenga un argumento central, lo cierto es que los problemas económicos de la Universidad que traen como consecuencia una huelga de estudiantes ocupan bastante metraje. Lo que sucede es que el realizador da espacio a tantas voces que este aspecto queda finalmente como una anécdota más de las muchas que refleja el documental.
Aunque en general At Berkeley me ha parecido un trabajo excelente, no es menos cierto que no todo lo que se muestra en el film me interesó de igual manera; se alternan, desde mi punto de vista, momentos sumamente interesantes con otros más redundantes o prescindibles. Lo que más me convence y considero más logrado tiene que ver con la mirada y actitud de Wiseman como cineasta ya que, efectivamente, en ningún momento toma partido por ninguna de las posturas —hablo por ejemplo de la huelga de estudiantes—, limitándose a presentar la opinión del rector o de un grupo de universitarios (a los que la huelga les parece poco seria o molesta) y la de los convocantes de la manifestación (que intentan cambiar las cosas y conseguir una educación para todos). En ningún momento, el realizador parece dar la razón a ninguno y esto permite al espectador sacar sus propias conclusiones.