Hollywood congregado
En el último videoensayo del YouTuber y estudioso Thomas Flight, se sugería que el cine contemporáneo está imbuido en la lógica del metamodernismo, en la medida en que las películas están reclamando una reacción optimista hacia las derivas nihilistas del posmodernismo. El cineasta Wes Anderson es muy representativo de esta ultimísima tendencia, y vuelve a demostrarlo con la recién estrenada en Cannes Asteroid City. La película toma comienza con un tren que recorre el desierto norteamericano, al son de la canción Freight Train, de Alan Jackson. Lo que sucede es un retrato coral de los habitantes de un poblado, no constituido a modo de villa de western, sino erigido como un lugar donde parece que el tiempo no transcurra, idóneo para la sátira.
Como ya realizara Chema García Ibarra con Espíritu sagrado en terreno español, Anderson focaliza el núcleo del relato en la misteriosa llegada de un alienígena, cuyo aterrizaje momentáneo suscita reacciones diversas. Parece casual que el director de El gran hotel Budapest (The Grand Hotel Budapest, 2014) haya decidido también rodar su película en España, aunque no asome ningún detalle idiosincrático en relación con el país. Todo está subsumido dentro de una lógica endogámica que constantemente está poniendo en duda sus parámetros, aunque hay que reconocerle a Anderson la originalidad de sus propuestas. No falta humor en la película, ni tampoco instantes musicales, uno de los recursos más utilizados en los films presentados a competición oficial, tales como El sol del futuro, de Nanni Moretti, o Fallen Leaves, de Aki Kaurismäki. En cierto modo, parece que lo que siempre se ha considerado como cine de autor necesite coger aire y abandonar las retóricas psicologistas, con tal de buscar un reconocimiento del espectador allende su identificación emocional y mental.
Al mismo tiempo, el cineasta texano sigue enamorado de su mecanismo matemático, aunque vivaz y aparentemente inocente. La utilización de los colores continúa siendo una de las marcas esenciales de su estilo, que cada vez se convierte más en meta-estilo. El espectador de Anderson, desde La crónica francesa – del Liberty, Kansas Evening Sun (The French Dispatch, 2021), es perfectamente consciente de lo que va a ver, por lo que una de las vías a las que el director recorre es la del barroquismo. En Asteroid City vuelve a congregar a medio Hollywood, y a pesar de que algunas decisiones de casting sean fabulosas, predomina un cierto sentimiento de exceso, que no hace otra cosa que eclipsar la dimensión fabulística con la que siempre se ha identificado su cine. Bryan Cranston, quizá el actor contemporáneo que mejor domina su voz, es el elegido para ejercer de narrador al margen de la diégesis, y Scarlett Johansson, emblema del erotismo en el cine de las últimas décadas, deviene uno de los principales atractivos. Anderson se entiende con la actriz en la medida en que la sumerge a un curioso juego iconográfico y figurativo, que fácilmente se vincula con la historia de la pintura. La relación con el cuadro del cuerpo sin vida de Jean-Paul Marat, de Jacques Louis David, es indisimulada, pero lejos de resultar mortuoria, la presencia de Johansson es un canto a la pasión.
Asteroid City, entonces, dibuja una serie de viñetas que avanzan a modo de fresco, apoyadas en movimientos de cámara que rozan la automatización algorítmica. En contraposición a ello, florece el carisma actoral de sus integrantes, aunque sólo sea por escasos minutos. Anderson reclama utilizar la narrativa cinematográfica como una plataforma para lanzarse a explorar otras realidades, y ahí reside la grandeza de su aportación. Como película singular, Asteroid City nos deja pequeños grandes momentos —inolvidables las tres niñas vivarachas—, aunque en conjunto no sea más que una pieza más de un gran engranaje que aún dista de parar.