No cabe duda de que estamos, por así decirlo, en la era dorada del ‹true crime›. Un fenómeno que ha explotado a través de las plataformas (principalmente) pero que, siendo realistas, no es nada nuevo. El morbo por el crimen siempre ha existido, al igual que las publicaciones al respecto, pero siempre reducidas a los márgenes, como algo propio del amarillismo sensacionalista, exento de valor alguno. El crimen, pues, se trasladaba a la pantalla en la mayoría de los casos a través de la ficción, dotándolo de una pátina de glamour y al mismo tiempo de irrealidad.
Con la llegada del ‹true crime› como nuevo subgénero se producen una interacción del documental con los géneros cinematográficos. Así, tenemos una variedad de productos que adoptan formas más clásicas (entrevistas e imágenes de archivo), otros que optan por jugar con los códigos de cine de terror e incluso se tira incluso de ‹found footage› combinado con las dramatizaciones al uso, por no hablar de la idea de jugar con las expectativas del espectador (a la manera del thriller convencional) para sorprender con algún ‹final twist› impactante.
Assassins por el contrario se configura casi como un thriller político, exponiendo de entrada el crimen, su resolución y sus culpables aparentes. La misión pues del documental de Ryan White es no quedarse en la espectacularidad del evento y sus peculiares circunstancias sino ir más allá e investigar que se esconde detrás de todo ello. Con esta premisa nos sumergimos en un mundo de espionaje, relaciones internacionales y conspiraciones por el poder en el seno de Corea del Norte.
Un trabajo bien documentado, aunque formalmente un tanto romo, que pone al descubierto todas las ramificaciones del poder, su interés por mantener el ‹statu quo› y de como puede llegar a afectar incluso al ciudadano más sencillo haciéndole cómplice y ejecutor de un asesinato. Lo más sorprendente (o quizás no) del tema es que no hay espacio para la sofisticación de una película de espías, sino más bien un viaje por el lumpen y por el aprovechamiento de las redes de poder de aquellos que están más necesitados. Un recorrido que nos permite ver, no solo el entramado principal, sino una aproximación certera de las condiciones de vida en el sudeste asiático con sus problemáticas socioeconómicas y su afectación a la hora de ser pasto de ofertas laborales que prometen una vida mejor.
Para todo ello Assassins tira, en cuanto a su formato, de clasicismo, con entrevistas a las partes implicadas, imágenes de archivo y una cierta de dosis de teorías colindantes con la conspiranoia de baja intensidad a manos de analistas políticos, investigadores y periodistas que siguieron el caso. Quizás esta falta de atrevimiento formal sea el punto flaco del film, compensado, eso sí, por un impecable sentido del suspense que atrapa hasta su resolución.
Assassins es un más que correcto producto ‹true crime› que cumple con las expectativas generadas y que se atreve a ir un paso más allá del crimen convencional para adentrarse en esferas más elevadas. Un documental tan absorbente como ilustrativo que intenta dejar de lado las implicaciones ideológicas para centrarse en poner de manifiesto los peligros para el ciudadano corriente de los mecanismos que ejerce el poder. Una situación que aturde por la sensación de indefensión y por la capacidad de desplegar el terror de forma indiferente.